¡Por un feminismo anarquista!

Que las experiencias de organización y difusión del feminismo anarquista se multipliquen en todos los territorios, es nuestro mayor anhelo.

Revista Arpillera es un proyecto editorial que cobró vida gracias a innumerables voluntades desde el año 2016 y que se mantiene en difusión activa por las calles de Santiago de Chile.






Anarcafeminismo y la nuevísima «cuestión de la mujer» (Stacy aka Sallydarity, 2012)

Atrás quedaron los días en que las anarcafeministas alimentaban visiones de revolución provocadas por la unidad de las mujeres. Si bien la siguiente cita se puede encontrar en un clásico de los años setenta «El anarquismo y la conexión feminista», «El desarrollo de la sororidad es una amenaza única, ya que está dirigida contra el modelo social y psíquico básico de jerarquía y dominación...»,[1] se ha vuelto claro que la sororidad por sí sola no es una amenaza a la jerarquía y la dominación. La conclusión lógica de cualquier tipo de feminismo no debería ser simplemente buscar la igualdad entre cada mujer y su contraparte masculina de raza/clase, dejando otras desigualdades en su lugar. Más explícito en el anarcafeminismo es que un enfoque en la opresión de género no ocurre a expensas de dedicar atención a otros sistemas de poder. Si bien parte de esto se aborda mediante la interseccionalidad, también estoy interesada en cuestionar más este concepto de sororidad, o más específicamente, en expandir lo que llamaré la nuevísima «cuestión de la mujer»: ¿debemos continuar orientándonos en torno a una identidad llamada «mujer»? ¿O deberíamos oponernos a las estructuras de poder que han creado esta categoría para oprimirnos?

Si bien muchos están de acuerdo en que el anarquismo se opone a toda jerarquía y opresión y, por lo tanto, está en contra del sexismo y demás, sigue siendo necesaria una tendencia en la que las preocupaciones de género sean centrales. Propongo que el anarcafeminismo tiene dos principios relacionados y específicos para su énfasis en el feminismo: todos deben ser libres de todo lo que es coercitivo respecto del género (o estrato de género, ver más abajo), y todos deben tener autonomía corporal, esto es, todos deben estar libres de daño corporal, y tener la libertad de hacer, o no hacer, lo que quieran con sus cuerpos.

En lugar de referirme al patriarcado, me refiero a la coerción relacionada con el género porque la opresión de género funciona de manera multidimensional y compleja. Las personas pueden tener una variedad de experiencias basadas en las partes y funciones de su cuerpo, el género que perciben (atribución de género), su presentación de género, su sexualidad y/o qué tan bien se ajustan a su cuadro de género impuesto, ya sea en base sobre su asignación de género o su inclinación de género. Ahora, por supuesto, esta opresión está estructurada de esta manera principalmente debido al orden de género en el que los hombres se consideran superiores y las mujeres inferiores, mientras que la aplicación de este orden mantiene su fuerza.

El principio relativo a la autonomía corporal también es multidimensional. Se relaciona principalmente, aunque no siempre, con una manifestación de opresión de género. No solo se refiere a la sexualidad, el consentimiento, la libertad reproductiva, etc., sino también a una sociedad ideal en la que podemos tomar decisiones verdaderamente libres, por ejemplo, deberíamos tener la libertad de hacernos una liposucción, pero idealmente deberíamos estar libres de cualquier presión para hacerlo. Por supuesto, en un nivel práctico, este último principio es increíblemente complejo en lo que se refiere a la dinámica de poder, cómo se ve la justicia y cuestiones relacionadas con la tecnología, etc. El principio de autonomía corporal requiere un poco más de consideración de equilibrar la libertad individual con la libertad colectiva, como es importante en el contexto de debates acalorados sobre temas como el trabajo sexual, que no abordaré aquí. Este equilibrio también debería aplicarse al debate sobre las formas en que la definición de “mujer” afecta la libertad de los demás. Estos principios de trabajo deberían informar estos debates.

Aunque no estoy argumentando que debamos abandonar conceptos que se refieren a los efectos reales de la opresión de género, sostengo que los principios de trabajo anteriores son preferibles a las políticas de identidad. Las políticas de identidad tienden a priorizar un tipo particular de opresión y endurecen los límites alrededor de la identidad relacionada con esa opresión,[2] mayoría de las veces en aras de obtener una representación y participación iguales en el sistema.[3] Como muchos han argumentado, esto crea alianzas donde no deberían estar (por ejemplo, entre clases), margina las intersecciones y complejidades de las identidades, refuerza las identidades y quizás por lo tanto la opresión, y fortalece la lealtad al sistema cuando la asimilación es una estrategia. A menudo no se cuestiona el tipo de poder que se busca para equilibrar las desigualdades.

El anarcafeminismo, o tal vez es un anarcafeminismo queer, no es una política de identidad siempre que su objetivo sea destruir las categorías de género en lugar de perpetuarlas. Sostengo que podemos centrar los principios anteriores y oponernos a la opresión de género sin quedar atrapados en los límites de la identidad. El punto es oponerse y reconocer las estructuras de poder y sus efectos muy reales, pero no crear ni reforzar nuestras identidades en torno a nuestras opresiones.

Anarcafeminismo y género: nuevas ideas

A medida que se han discutido los espacios más seguros y el separatismo como respuestas al sexismo y la violencia sexual, ha quedado claro que estos temas no son tan claros. Sabemos que el abuso puede ocurrir entre dos mujeres, por ejemplo. Sabemos que los grupos o espacios de mujeres no están necesariamente libres de jerarquía simplemente porque están libres de hombres (como lo discutieron varias feministas de color, así como “La tiranía de la falta de estructura” de Jo Freeman). Los espacios creados por las feministas para ser más seguros o simplemente para permitir un mejor enfoque en la opresión de género, se han enfrentado cada vez más a la dificultad de dónde, si es que hay, trazar una línea entre las categorías de género. Más importantes son las implicaciones de trazar esa línea si eso significa excluir a las personas trans e ignorar nuestras luchas comunes. El Festival de Música Femenina de Michigan ha sido un ejemplo clásico contemporáneo de la controversia en torno a los espacios solo para «mujeres identificadas como mujeres desde el nacimiento [Womyn-born womyn]». Esto se convirtió en un tema en fanzines y foros en línea, algo que encontré en un servidor de entusiasmadas listas radicales alrededor de 2001. En este punto, ya sea por la mayor visibilidad y presencia de personas trans en espacios anarquistas y feministas, una influencia de la teoría queer, o por otras razones, es más común en estos espacios en los últimos años en los Estados Unidos y en algunos otros países que las personas trans sean incluidas ahora más que nunca, a pesar de que se ha documentado cierta participación de las personas trans en el anarcafeminismo ya en la década de 1970.[4] Actualmente simplemente se asume en la mayoría de los casos, junto con la expectativa de respetar los pronombres de género, que los espacios de mujeres son para mujeres, en los que se incluyen mujeres trans, o hay espacios para mujeres y para todas las personas trans, aunque el proceso definirlos también puede ser problemático.

En términos de teoría, las feministas anarquistas no han abordado hasta hace muy poco el género binario como tal. Han abordado los roles de género y el determinismo biológico, pero no han criticado el concepto de los sexos como categorías políticas/sociales binarias, mutuamente excluyentes, cuyos significados se han hecho significativos a lo largo del tiempo. Esto está cambiando.[5]

No es necesario leer El Género en disputa de Judith Butler para comprender las preocupaciones sobre la orientación política en torno a la identidad de la mujer, aunque no se puede negar su influencia. Entre las preguntas planteadas por Butler, podríamos sacar provecho de preguntarnos: “¿La construcción de la categoría de mujer como sujeto coherente y estable es una regulación y una cosificación inconsciente de las relaciones de género? ¿Y no es tal cosificación precisamente contraria a los objetivos feministas? [...] La identidad del sujeto feminista no debería ser la base de la política feminista, si la formación del sujeto tiene lugar dentro de un campo de poder regularmente enterrado a través de la afirmación de esa base».[6]

Dentro del feminismo, “mujeres [women]” a veces se refiere a aquellos cuyo sexo es femenino, aunque la confusión puede aliviarse un poco usando el término “mujer” para referirse al género, mientras que “hembra [female]” se refiere al sexo. Sin embargo, distinguir el género del sexo tiende a establecer el sexo como una actualidad en la que se basa el constructo. Creo que ya es hora de que incorporemos a nuestro entendimiento las formas en las que el sexo tiene un género. En ausencia de una teoría anarcafeminista sobre los orígenes de la opresión de género, reúno algunas ideas desde varias perspectivas. Aunque tengo reparos sobre el enfoque y no me interesa limitar el análisis al materialismo, encuentro útil comprender la construcción de categorías de género en cierta medida a partir de la de las feministas materialistas francesas Christine Delphy, Monique Wittig y Collette Guillaumin.[7] Aunque Delphy reconoce que hay mucho que podemos saber, escribe:

“Para la mayoría de la gente [...] el sexo anatómico (y sus implicaciones físicas) crea, o al menos permite, el género: la división técnica del trabajo. Esto a su vez crea, o al menos permite, el dominio de un grupo sobre otro. Creemos, sin embargo, que es la opresión la que crea el género; que lógicamente la jerarquía de la división del trabajo es anterior a la división técnica del trabajo y creó esta última, es decir, creó roles sexuales, que llamamos género. El género, a su vez, creó el sexo anatómico, en el sentido de que la división jerárquica de la humanidad en dos transforma una diferencia anatómica (que en sí misma carece de implicaciones sociales) en una distinción relevante para la práctica social. La práctica social, y la práctica social por sí sola, transforma un hecho físico (que en sí mismo carece de significado, como todos los hechos físicos) en una categoría de pensamiento”.[8]

Delphy y otras sugirieron que el concepto de mujer solo existe dentro de una relación de poder. Las diferencias de sexo no son naturales sino naturalizadas. Esto difiere mucho de las teorías que mantienen el sexo como un hecho. Algunos teorizan que el sexo condujo a roles de género y/o que la opresión de género/sexo fue la primera forma de jerarquía. Pero si no tomamos el sexo como una categoría natural, como un hecho, sino como una categoría naturalizada, podemos entender la opresión de género y todo lo que viene con ella bajo una luz diferente, y como algo mucho más inestable.

Las feministas entienden el género como una construcción social. Pero percibir el sexo como género es un paso más allá y tiene implicaciones sobre cómo debemos orientarnos políticamente en torno a una identidad como mujer o hembra. A algunos les puede resultar difícil discutir con diferencias tangibles; el sexo se considera la diferencia biológica/anatómica/hormonal/genética entre humanos, que generalmente corresponde principalmente a la reproducción de la especie. Sin embargo, rara vez se reconoce que estos no siempre se alinean (por ejemplo, la genética y la anatomía pueden no «coincidir») ni caen en una sola de dos categorías. El examen de las culturas no occidentales y el resto del reino animal también revela muchas excepciones a los conceptos dualistas del pensamiento occidental.[9] Si bien se puede reconocer la realidad de una organización general en dos categorías de cuerpos diferentes y su función reproductora, creo que la importancia y la polarización de estas diferencias está condicionada por el género; las categorías naturalizadas por intereses políticos. Por esta razón, a menudo incluyo el sexo con género como una construcción social, escribiéndolo como sexo/género, aunque veo que el género y el sexo se refieren a diferentes aspectos del género.

Si la primera forma de jerarquía tuvo algo que ver con el género, esa naturalización de la jerarquía de género ha tenido un efecto en cascada. Andrea Smith escribió: «[...] el heteropatriarcado[10] es esencial para la construcción del imperio estadounidense. El patriarcado es la lógica que naturaliza la jerarquía social. Así como se supone que los hombres dominan naturalmente a las mujeres sobre la base de la biología, también las élites sociales de una sociedad deberían gobernar naturalmente a todos los demás a través de la forma de gobierno del estado-nación que se construye a través de la dominación, la violencia y el control».[11] En un discurso, dijo: “Por eso, en la historia del genocidio indio, la primera tarea que asumieron los colonizadores fue integrar el patriarcado en las comunidades nativas. La principal herramienta utilizada por los colonos es la violencia sexual. Lo que la violencia sexual hace por el colonialismo y la supremacía blanca es hacer que las mujeres de color sean inherentemente violables, nuestras tierras inherentemente invadibles y nuestros recursos inherentemente extraíbles».[12]

En cierto sentido, podemos ver esta lógica de conquista en la historia de la construcción de género que se estaba dando durante las cazas de brujas que esencialmente deletreaban la derrota de las mujeres (mujeres europeas, y luego casi todas las mujeres a través de la colonización/imperialismo), como Silvia Federici describe en Calibán y la bruja. Para resumir lo que obtuve del libro: la caza de brujas jugó un papel importante en la naturalización de la jerarquía de género/sexo al reforzar las divisiones a lo largo de las líneas de sexo; funcionó como medidas de contrainsurgencia rompiendo la solidaridad en ese sentido entre siervos/proletarios (en la transición al capitalismo); explotación justificada (trabajo no remunerado en el hogar); mayor dependencia de las mujeres de los hombres; y buscó controlar la reproducción para aumentar la fuerza laboral mediante la aplicación de la monogamia/matrimonio, la heterosexualidad, el antiaborto y control de la natalidad (acusaciones de causar infertilidad, muerte infantil, impotencia, etc.) y la quema de personas queer («maricones» [faggots][13]/leña [kindling]). Los cuerpos de las mujeres fueron hasta cierto punto los nuevos bienes comunes (para los hombres) a medida que aumentaban los recintos. Como tal, las mujeres continuaron perdiendo autonomía corporal, y en el proceso fueron coaccionadas aún más a roles de género específicos (los roles variaban según la raza y la clase). Aunque no fue el comienzo ni el final del proceso de naturalización de la opresión de género, esto sirvió como una especie de conquista sobre las mujeres, las personas trans, queer y el campesinado europeo en general (y luego mucho más allá) como parte de la transición al capitalismo.[14] Es inseparable de la colonización del «nuevo mundo», así como de la construcción de la blancura.

En este contexto, podemos ver la importancia de erradicar la opresión de género. Si es el caso que sin jerarquía las diferencias corporales no tendrían significado, entonces no querríamos reforzar estas categorías, sino destruirlas. Antes de discutir esto, quiero señalar las implicaciones de no especificar qué entendemos por «género».

Reflexionando, parece haber una contradicción en buscar la destrucción o abolición del género, mientras se construye una cultura de respeto al género, pronombres, etc., de cada uno. De hecho, hay algunas feministas radicales que abogan por lo primero, pero no ven un lugar para la liberación de las personas trans (y de hecho, a menudo considerándolas una amenaza), se oponen a estas última. He determinado que el problema radica en las formas en que se define y se entiende el género. Para muchas feministas radicales y materialistas, el género es solo una relación de poder, por lo tanto, debe ser destruido. Sin embargo, las feministas tomaron prestado el concepto de género de una psicóloga que, a fines de la década de 1960, escribió sobre el fenómeno de los transexuales que se sienten «atrapados en el cuerpo equivocado».[15] No implica que un significado no esté relacionado con el otro, pero parecería que «género» llegó a referirse a conceptos diferentes sin hacerse notorio.

Percibir el género como algo relacionado únicamente con el poder, como hacen las feministas materialistas francesas y otras feministas radicales, puede y ha llevado a cierto sesgo transfóbico.[16] Por esta razón, me gustaría proponer dos términos diferentes para el género como una forma de dar sentido a los conceptos enormemente diferentes de género. El estrato de género se refiere a las categorías binarias construidas socialmente definidas jerárquicamente, lo que es coercitivo y relacionado con el poder. El sexo, teniendo en cuenta el género, se incluiría en este término, al igual que la asignación (o designación) de género, los roles de género y, hasta cierto punto, la atribución de género, algunos de los términos que Kate Bornstein ha utilizado para identificar los múltiples aspectos del género.[17] La inclinación de género es otro término para lo que generalmente se conoce como identidad de género, pero como la identidad está en cuestión, prefiero este término diferente. Creo que la inclinación de género tendría un significado diferente en ausencia de un estrato de género, pero creo que es algo lo suficientemente distinto como para no agruparlo con el otro concepto. Aunque el concepto de “atrapado en el cuerpo equivocado” tiene sus problemas, muestra que desde su primer uso en relación con las personas (en oposición al lenguaje), el término “género” no necesariamente tuvo algo que ver con el poder más que el hecho de que el concepto proviene de un orden de género en el que se ocultó el proceso de naturalización basado en el poder. Después de todo, hay varias formas de definir el género de uno, que pueden ser de múltiples capas, no binarias y/o cambiantes a través del tiempo. Esto sin mencionar, como expliqué en otro lugar,[18] que los conceptos “masculinidad” y “feminidad” tienen significados diferentes y pueden entenderse separados de las relaciones de poder.[19]

Usando estos términos, podemos hablar sobre la destrucción o abolición del estrato de género y promover la libertad de las personas para vivir su inclinación de género y hacer que se respete. Esto es importante a la hora de determinar soluciones para el problema del estrato de género, siendo estas propuestas la androginia, la proliferación de géneros y/o la negación del género. Pero existe la posibilidad de que estos sean coercitivos si el objetivo de la destrucción no es específicamente un estrato de género. Una posición verdaderamente liberadora sobre género/sexo requiere autodeterminación de la inclinación de género[20]. Las experiencias y el sentido de identidad de todos deben incorporarse en una idea de lo que significa género.

Más que teoría

El anarcafeminismo, al buscar el fin de toda dominación con énfasis en la libertad de autonomía corporal y la libertad del estrato de género, exige una nuevísima «cuestión de la mujer». Si bien algo de esto puede parecer bastante teórico, puede y debe informar la forma en que abordamos la opresión de género. Hay que luchar por cada persona para poder ser lo que son y sean capaces de participar por igual en la lucha, en la toma de decisiones, etc. El uso de los principios de funcionamiento de la autonomía corporal y la libertad del estrato de género es una forma de abordar la opresión generizada (pero no siempre generizada) sin reforzar los límites en torno a categorías impuestas y otros problemas de la política de identidad.

Si bien no veo mucha utilidad en poner demasiado énfasis en el lenguaje por sí solo, tiene más sentido abordar los problemas dentro de cada contexto y usar un lenguaje que refleje la situación. Por ejemplo, cuando se hace referencia a un tema que se relaciona directamente con el embarazo, uno puede referirse a «personas que están, estarán o pudieron quedar embarazadas» en lugar de «mujeres», porque, por supuesto, no todas las mujeres pueden quedar embarazadas o lo hacen, y no solo las personas que se identifican como mujeres pueden quedar embarazadas o lo hacen. Por supuesto, como han comentado muchas mujeres de color y otras, asumir que algo como un embarazo o tener un útero crea unidad o “sororidad” entre quienes comparten eso, es inexacto, esencialista, si no a veces racista en la práctica. En lugar del enfoque típico del feminismo dominante centrado en la clase media blanca, los principios de trabajo que analizo también permiten un enfoque de una amplia gama de factores relacionados con cosas como el embarazo: la edad, la raza o la posesión de ciudadanía [citizenship]/estado migratorio, si uno vive o trabaja en áreas donde está expuesto a sustancias químicas tóxicas (que es más probable en comunidades pobres de color) que afecta la fertilidad y supervivencia del feto o del niño, ya sea que viva en el contexto de la guerra, ya sea que se encuentre en asistencia social, ya sea que uno viva según su sexo asignado o designado, si está asociado y con quién y cómo. Todos estos factores determinan si se anima o desanima a alguien a tener un hijo, y si incluso se es capaz de elegir una forma u otra, sin mencionar las experiencias reales (a veces traumas) de nacimiento, esterilización, aborto o tomando anticonceptivos, dependiendo del contexto. Frente a esto, la demanda feminista estándar de acceso al control de la natalidad y al aborto fracasa. Por supuesto, a lo que me refiero no es a que la fertilidad, el embarazo y la reproducción sean el mejor ejemplo en torno al cual gira la autonomía corporal, sino que podemos ver cómo aquellos que no se consideran automáticamente problemas feministas, como los problemas de salud relacionados con la exposición a toxinas, también tienen que ver con la autonomía corporal, ya sea que afecten o no a la fertilidad. Si bien abordar los problemas de esta manera parece mucho más difícil que la simplicidad proporcionada por las políticas de identidad, el uso de los principios de trabajo discutidos anteriormente nos permite ver las formas en que el capitalismo, el Estado y los efectos muy reales de las construcciones sociales de raza y género se cruzan o compartir similitudes.

Más allá de unir luchas similares basadas en estos principios de trabajo, es necesario reconocer el significado de este constructo llamado «mujer» que fue creado de muchas maneras como una jaula.

Claramente, siempre que entendamos el sexo como dos categorías naturales, queda poco o ningún espacio para los intersexuales, las personas transgénero y todas las demás personas que no encajan perfectamente en esas categorías. Y si bien las feministas han encontrado útil llamar al género por lo que es, una construcción social, se considera que el género se correlaciona generalmente con el sexo, y siempre que el sexo sea visto como una de dos categorías rígidas mutuamente excluyentes y la contraparte legítima del género construir, es posible que nunca seamos liberados de los confines del género.

Ahora bien, ¿hasta qué punto el aumento de la libertad en términos de transgresión de género y sexualidad es acomodada debido al cambio de las necesidades del capitalismo y del Estado más que por las luchas de feministas, queers y personas trans a lo largo de los años? ¿Y en qué medida los esfuerzos de estos últimos serían por parte de personas predominantemente blancas y de clase media? Estas preguntas deben considerarse a medida que avanzamos.

«¿Qué hay de los onvres [teh menz]?»[21] es una pregunta relevante en el siguiente contexto. Los roles de género asignados a los hombres son importantes para mantener una cultura de dominación. Para que cualquier anarquista crea que podemos vivir libres de jerarquías se requiere la creencia de que no hay nada intrínseco en los hombres que los convierta en el opresor natural. Esto difiere de algunos otros feminismos que se refieren a formas masculinas esencializadas de ser o pensar que son aparentemente incorregibles. Los anarquistas y otros, como los abolicionistas de las cárceles, creen que no hay nada natural en un grupo u otro (como los hombres de color) que los haga más inclinados a la violencia, de lo contrario, las formas de «justicia» basadas en el Estado pueden parecer necesarias y justificadas. Sostiene bell hooks que podría ser contraproducente referirse a que los hombres tienen privilegios: que no es liberador no poder estar en contacto con las propias emociones y no poder tener relaciones de igualdad (algo que se ha impuesto, no natural),[22] por lo tanto, los hombres también deben ver la lucha contra la opresión de género como suya. No es que no se beneficien, pero los beneficios vienen con costos, incluso cuando es significativo que sean capaces de ignorar los costos. Esto no quiere decir que debamos sentir simpatía por los hombres que eligen seguir desempeñando el papel de dominación. Sin embargo, el rechazo por parte de muchas mujeres de color al separatismo y la misandria (para no implicar que haya un consenso sobre esto) habla de la necesidad de otros entendimientos de la posibilidad.

La creencia de que los hombres son opresores naturales también legitima la participación de las mujeres en la dominación (por ejemplo, la supremacía blanca). Por otro lado, la resistencia militante al Estado y al capital se caracteriza en algunos casos como perteneciente al hombre opresor y, por lo tanto, condenada, incluso si una mujer participa en ella.[23]

El anarcafeminismo es un tipo específico de feminismo y un tipo específico de anarquismo que es crítico de las relaciones de poder, particularmente aquellas que tienen un género. Tome o deje el término “feminismo” con todo su bagaje y relación con las políticas de identidad. Sin embargo, parece útil usar un término que apunta a la opresión de género como algo que el anarquismo no tiende a abordar en la práctica. Estamos en una nueva posición, en comparación con las anarca-feministas como Peggy Kornegger antes que nosotras, para ir más allá de la idea de que el sexo es un hecho, que son mujeres contra hombres. Lo que es necesario ahora para el anarcafeminismo es la destrucción del estrato de género reconociendo los efectos reales y complejos del constructo de género, junto con la oposición al estado y al capitalismo.

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Notas:

[1] Mary Daly quoted in Peggy Kornegger, “Anarchism and the Feminist Connection.” (1975) En anarchalibrary.blogspot.com/2010/09/anarchism-feminist-connection-1975.html (accessed February 6, 2012). De alguna manera, Daly no veía la transfobia como incompatible con la jerarquía y la dominación”, Carolyn escribe, “En Gin/Ecología, Mary Daly razona que los transexuales quieren destruir la floreciente comunidad de mujeres, afirmando que ‘toda su presencia se convierte en un miembro que invade la presencia de las mujeres y nos divide una vez más el uno del otro.’ Daly también apoyó el libro anti-trans de Janice Raymond «Transsexual Empire» anarchalibrary.blogspot.com
[2] Me gustaría señalar que «bisexual» a menudo denota un binario y, por lo tanto, no necesariamente altera el género, pero señalando la naturaleza recuperativa de la estructura de poder, Paula Rust escribió: «Por lo tanto, el lesbianismo se construyó inicialmente como un desafío al género. Pero una vez que se reconstruyó la palabra «mujer» para incluir a la «lesbiana», las lesbianas se convirtieron en parte de la estructura de género predominante. En efecto, el lesbianismo se incorporó al género y dejó de ser un desafío para él. Además, el surgimiento del feminismo cultural cosificó más que desafió el género, maximizó en lugar de minimizar las diferencias entre mujeres y hombres, y creó un concepto de lesbianismo que dependía de la preservación del género... Dado el desafío inicial de las lesbianas al género, uno podría esperar los esfuerzos de los bisexuales para romper el género sean bien recibidos entre las lesbianas. Pero debido al cambio en la relación del lesbianismo con el género..., el desafío contemporáneo de los bisexuales al género también es una amenaza para el “lesbianismo”. Paula Rust, «Bisexual Politics», reimpreso en Judith Lorber, Gender Inequality, Feminist Theories and Politics, (Roxbury Publishing Co., 1998), 93-94.
[3] Ver también los siguientes ensayos impresos en Pink and Black Attack: “Identity, Politics, and Anti-politics: A critical perspective” (2010 ) anarchalibrary.blogspot.com- and-anti-policy.html, “No Gods No Sponsors: Pride and the problem of assimilation” (2009) anarchalibrary.blogspot.com- problem.html
[4] “On the Edge of All Dichotomies: Anarch@-Feminist Thought, Process and Action, 1970-1983” (2009) wesscholar.wesleyan.edu 80-81. Véase también anarchalibrary.blogspot.com
[5] Véase “Politicizing Gender: Moving toward revolutionary gender politics” (circa 1993) anarchalibrary.blogspot.com, “The Anarchy of Queer (2006)” anarchalibrary.blogspot.com, “Strengthening Anarchism’s Gender Analysis” (2009) anarchalibrary.blogspot.com, “Thoughts on Developing Anarchist Queer Theory” (2010) anarchalibrary.blogspot.com, “Towards An Insurrectionary Transfeminism” (2010) anarchalibrary.blogspot.com
[6] Judith Butler. Gender Trouble. (1990): 6.
[7] Véase Namascar Shaktini, On Monique Wittig. (2005), Christine Delphy. Close to Home. (1984), Wittig, Monique. “One is Not Born a Woman” (1981) printed in The Straight Mind (1992), 6. zinelibrary.info, Delphy, Christine. “Rethinking Sex and Gender.” (1993), Stevi Jackson. Christine Delphy. (1996), Guillaumin, Colette (1995). Racism, sexism, power, and ideology.
[8] Christine Delphy. Close to Home. (1984): 1.
[9] Véase Bruce Bagemihl. Biological Exuberance. (1999), y Joan Roughgarden. Evolution’s Rainbow. (2004)
[10] «Por heteropatriarcado, me refiero a la forma en que nuestra sociedad se basa fundamentalmente en el dominio masculino, el dominio construido inherentemente en un sistema binario de género que presume la heterosexualidad como una norma social». Andrea Smith, “Dismantling Hierarchy, Queering Society”, Revista Tiqqun (julio / agosto de 2010). De www.tikkun.org/article.php/july2010smith (consultado el 6 de febrero de 2012)
[11] Andrea Smith, “Indigenous Feminism without Apology.” (2006) www.awid.org.
[12] US Social Forum 2007, Liberating Gender and Sexuality Plenary, (consultado en enero 28, 2012).
[13] “Faggot” es un término despectivo para denominar a una persona queer, gay o, en general, que rompe con cánones de presentación patriarcalmente admitidos. “Faggot” también significa un haz de pequeños maderos para encender fuego.
[14] Silvia Federici. Caliban and the Witch. (2004).
[15] plato.stanford.edu
[16] Examino esto más a fondo en “When Feminism is Revolting” (2012) anarchalibrary.blogspot.com
[17] En su libro, My Gender Workbook, Kate Bornstein caracteriza los componentes del género como cuatro: asignación de género, rol de género, identidad de género y atribución de género. La asignación de género es lo que el médico te llama al nacer, por lo que puede descartarse como una descripción del sexo (Bornstein reserva la palabra sexo para los actos sexuales para eludir la argumentación esencialista). El rol de género se describe como lo que la cultura cree que debería ser su nicho, mientras que la identidad de género es totalmente subjetiva. La atribución de género se refiere a cómo otra persona podría interpretar tus señales de género «. Stephe Feldmen, “Componentes del género”, androgyne.0catch.com (consultado el 28 de enero de 2012). Encuentro los términos de Bornstein útiles, pero no adecuados para tratar cuestiones de poder.
[18] “When Feminism is Revolting” (2012) anarchalibrary.blogspot.com.
[19] Por ejemplo, bell hooks distingue la “masculinidad patriarcal” de otras formas de masculinidad. Ver también “When Feminism is Revolting” (2012) anarchalibrary.blogspot.com.
[20] Véase Emi Koyama, «Transfeminist Manifesto». (2000) En: eminism.org/readings/pdf-rdg/tfmanifesto.pdf (consultado el 6 de febrero de 2012); Michelle O’Brien, « Trans Liberation and Feminism: Self-Determination, Healthcare, and Revolutionary Struggle «. (2003) De anarchalibrary.blogspot.com/2010/09/trans-liberation-and-feminism-self.html (consultado el 6 de febrero de 2012); y Carolyn, «oliticizing Gender: Moving toward Revolutionary Gender Politics». De www.spunk.org/texts/pubs/lr/sp001714/gender.html (consultado el 6 de febrero de 2012).
[21] «¿Qué hacer con los onvres [What about teh menz?]?» está escrito en jerga de Internet popularizada por memes de lolcats que a menudo son gramaticalmente incorrectos. Esto se ha convertido en un tropo feminista utilizado para sacar a la luz las constantes intrusiones de los hombres que traen los problemas de los hombres cuando se habla de feminismo. Noah Brand y Ozy Frantz escriben: «Los descarriladores de conversaciones persistentes han logrado hacerse un mal nombre y han dado lugar al» ¿qué pasa con los onvres?» tropo como un rechazo estándar de estas distracciones cansadas de abordar los problemas de las mujeres que es la razón de ser de la mayoría de las comunidades feministas». goodmenproject.com
[22] Bell Hooks, Feminist Theory: From Margin to Center. (1984): 73-75.
[23] Profundizo esto en “Gender Sabotage”. Queering Anarchism. Forthcoming from AK Press.

AnarcaFeminismo (Chiara Bottici, 2020)


1. ¿Por qué el anarcafeminismo?

Hoy es un lugar común decir que para luchar contra la opresión de las mujeres es necesario analizar las formas en que las diferentes maneras de opresión se entrelazan unas con otras. No se puede decir que exista un único factor (ya sea innato o adquirido, de explotación económica o de dominación cultural) que sea la causa única y suficiente que explique las fuentes multifacéticas del patriarcado y el sexismo. En consecuencia, la interseccionalidad se ha convertido en el principio rector de un creciente número de feministas de izquierda, tanto del norte global como del sur global. Como resultado, casi no hay ninguna publicación en el campo hoy en día que no se relacione con el concepto de interseccionalidad, ya sea para promoverlo, criticarlo o simplemente para posicionarse con respecto a él.

Sin embargo, sorprendentemente, en toda la literatura relacionada con la interseccionalidad apenas se menciona la tradición feminista que ha estado reclamando exactamente lo mismo durante mucho tiempo: el feminismo anarquista, o como prefiero llamarlo, «anarcafeminismo». Este último término ha sido introducido por movimientos sociales que intentan feminizar el concepto y dar así visibilidad a un componente específicamente feminista dentro de la teoría y la práctica anarquista. Esta tradición anarcafeminista, que ha sido en gran parte descuidada tanto en la academia como en el debate público más en general, tiene una contribución vital que ofrecer hoy.

Para empezar, junto con el trabajo pionero de la teoría queer, tiene como objetivo desmantelar el binarismo de género «hombres» y «mujeres», pues es importante reivindicar una vez más la necesidad de una forma de feminismo que se oponga a la opresión de las personas que son percibidas como mujeres y que son discriminadas precisamente sobre esa base. Hay que tener en cuenta que estoy usando el término «mujer» de una manera que incluye a todos los tipos de mujeres: mujeres identificadas biológicamente como hombre o como mujer, mujeres femeninas, mujeres masculinas, mujeres lesbianas, trans-mujeres, mujeres intersexuales, mujeres queer, etc. A pesar de la supuesta igualdad de derechos formales, las mujeres siguen siendo objeto de una discriminación constante y el avance de los derechos queer puede ir acompañado de retrocesos en las batallas de las mujeres que pensamos que se habían ganado de una vez por todas (del derecho al aborto, al salario igualitario por igual trabajo).

Lejos de ser un problema del pasado, el feminismo es más imperativo que nunca. Sin embargo, debe estar respaldado por una articulación de la liberación de la mujer que no produzca nuevas jerarquías, y es aquí precisamente donde puede intervenir el anarcafeminismo. Mientras que otras feministas de izquierda han tenido la tendencia de explicar la opresión de las mujeres sobre la base de un único factor, las anarquistas siempre han sido muy claras al argumentar que para luchar contra el patriarcado debemos luchar contra las múltiples formas en que múltiples factores —económicos, culturales, raciales, políticos, etc.— convergen para fomentarlo.

Este descuido, o más bien amnesia histórica, de una importante tradición izquierdista es sin duda el resultado de la prohibición que sufrió el anarquismo en la academia en particular y en los debates públicos en general, donde ha sido descrito erróneamente como una simple llamada a la violencia y el desorden. Sin embargo, esta es una prohibición que ocurrió en detrimento de la precisión histórica, la inclusión global y la eficacia política.

Mi propuesta es remediar esa brecha formulando un enfoque anarcafeminista específico, adaptado a los desafíos de nuestro tiempo. El objetivo no es simplemente dar visibilidad a una tradición anarcafeminista que ha sido un componente importante en las luchas pasadas de las mujeres y así restablecer cierta continuidad histórica, aunque esto por sí solo ciertamente sería un esfuerzo que vale la pena. Además de la precisión histórica, la recuperación de las ideas anarcafeministas tiene la función crucial de ampliar las estrategias feministas precisamente en un momento en el que, como han argumentado las feministas intersectoriales, convergen diferentes factores para intensificar la opresión de las mujeres al crear divisiones de clase, culturales y raciales entre ellas.

En un momento en que el feminismo ha sido acusado de ser un mero privilegio blanco, esta tarea es más crucial que nunca. La emancipación de las mujeres del norte global puede tener lugar a expensas de una mayor opresión de las mujeres del sur global que con frecuencia las reemplazan en el trabajo reproductivo dentro del hogar. Precisamente cuando adoptamos una perspectiva tan global, más necesaria hoy en día debido a la mayor movilidad del capital y de la fuerza de trabajo, la cadena que vincula el trabajo de género en todo el mundo es más visible y la necesidad del anarcafeminismo es mucho más evidente. Necesitamos un enfoque más multifacético de la dominación que, concretamente, sea capaz de incorporar diferentes factores y diferentes voces que vengan de todo el globo. Como la anarcafeminista china He Zhen escribió en los albores del siglo XX en sus Problemas de la liberación de la mujer:

La mayoría de las mujeres ya están oprimidas por el gobierno y por los hombres. El sistema electoral simplemente aumenta su opresión al introducir un tercer grupo gobernante: mujeres de élite. Incluso si la opresión sigue siendo la misma, la mayoría de mujeres aún se aprovechan de la minoría de mujeres. […] Cuando unas pocas mujeres en el poder dominan a una mayoría de mujeres sin poder se produce una diferenciación de clase desigual entre las mujeres. Si la mayoría de las mujeres no quieren ser controladas por hombres, ¿por qué querrían ser controladas por mujeres? Por lo tanto, en lugar de competir con los hombres por el poder, las mujeres deber.an esforzarse por derrocar el gobierno de los hombres. Una vez que se los despoja de su privilegio, se convertirán en iguales a las mujeres. No habrá mujeres sumisas ni hombres sumisos. Esta es la liberación de las mujeres.1

La puntualidad de estas palabras, escritas en 1907, muestra cuán profético ha sido el anarcafeminismo: es aquí que surge la respuesta a nuestra pregunta: ¿por qué el anarcafeminismo? Porque es el mejor antídoto contra la posibilidad de que el feminismo se convierta en un privilegio blanco y, por lo tanto, una herramienta en manos de unas pocas mujeres que dominan a la gran mayoría de ellas. En una época en la que la elección de una mujer soltera se presenta como la liberación de todas las mujeres, o cuando mujeres como Ivanka Trump pueden reclamar batallas feministas del pasado al transformar el hashtag #womenwhowork en una herramienta para vender una marca de moda, el mensaje fundamental de las anarcafeministas del pasado es más urgente que nunca:

El feminismo no significa poder corporativo de la mujer o tener una mujer presidenta: significa un poder no corporativo y sin presidente.2

2. ¿Por qué el feminismo y por qué las mujeres?

En este punto se puede objetar: ¿por qué insistir en el concepto de feminismo y no simplemente llamar a esto anarquismo? ¿Por qué centrarse sólo en las mujeres? Si el propósito es desmantelar todo tipo de jerarquías de opresión, ¿no se debería también deshacer el binarismo de género que opone «mujeres» y «hombres», y de esa manera también nos aprisiona en una matriz heteronormativa?

Deberíamos tener claro que cuando decimos «mujeres» no estamos hablando de un determinado objeto, acerca de una esencia eterna, o menos aún de un objeto pre-construido. De hecho, para articular una posición específicamente feminista manteniendo al mismo tiempo una comprensión multifacética de la dominación necesitamos una comprensión más matizada de la «condición femenina». Adoptando una visión de la ontología spinozista del transindividualismo, sostengo que los cuerpos en general, y los cuerpos de las mujeres en particular, no deben ser considerados como individuos o como objetos dados una vez y para siempre, sino más bien como procesos. Los cuerpos de las mujeres, como todos los cuerpos, son cuerpos en plural porque son procesos, procesos que son constituidos por un mecanismo de los afectos y asociaciones que tienen lugar a nivel inter, intra y supraindividual. Un breve ejemplo de lo que quiero decir aquí: piensa cómo nuestros cuerpos vienen a constituirse a través de un encuentro inter-individual, piensa cómo son formados por fuerzas supra-individuales tal como las localizaciones geográficas, y cómo son construidos por cuerpos intra-individuales como el aire que respiramos o la comida que comemos.

Sólo si los cuerpos de las mujeres se teorizan como procesos, como lugares de un proceso que tiene lugar a diferentes niveles, sólo en ese momento seremos capaces de hablar sobre «mujeres» sin incurrir en la cara esencialista o culturalista. Si adoptamos esta ontología transindividual, podemos también utilizar el concepto de mujer fuera de todo marco heteronormativo y utilizar así el término de manera que se pueda incluir a todo tipo de mujeres: mujeres identificadas biológicamente como hombre o como mujer, mujeres femeninas, mujeres masculinas, mujeres lesbianas, mujeres bisexuales, mujeres intersexuales, trans-mujeres, mujeres cisgénero, mujeres asexuales, mujeres queer, y así sucesivamente. En resumen, todos aquellos cuerpos que se identifican a sí mismos y son identificados a través de la siempre cambiante narrativa de la «condición femenina».

Para resumir este punto, este entendimiento del transindividualismo nos permite articular la pregunta «¿qué significa ser mujer?», en términos pluralistas, mientras también se defiende una forma feminista específica de anarquismo. Desarrollar el concepto de mujer como procesos abiertos también significa ir más allá de la dicotomía individual versus colectivo. Si es cierto que todos los cuerpos son procesos transindividuales, la asunción de que podría haber algo así como una individualidad pura que está separada o incluso opuesta a una colectividad dada, es en el mejor de los casos una inútil abstracción, y en el peor una fantasía engañosa.

3. ¿Qué mujeres? ¿Y qué anarcafeminismo?

Entonces, si el anarcafeminismo es la lente, ¿cuál debería ser el marco para tal iniciativa? Adoptar una lente anarcafeminista también significa tomar todo el globo como marco para pensar sobre la liberación de las mujeres. Esto implica ir más allá de cualquier forma de nacionalismo metodológico, es decir, privilegiar a ciertas mujeres y, por lo tanto, ciertos contextos nacionales o regionales. Si luchar contra la opresión de las mujeres significa que tenemos que luchar contra todas las formas de opresión, entonces el estatismo y el nacionalismo no pueden ser una excepción. Si uno comienza mirando la dinámica de explotación tomando los límites del Estado como un hecho incuestionable, uno automáticamente terminará reforzando la misma opresión que se pretendía cuestionar en primer lugar. Pongamos un lema, podríamos decir: «el mundo primero», porque el marco es el mensaje, y adoptar cualquier cosa menor que el mundo entero como nuestro marco es, en el mejor de los casos, un provincialismo ingenuo y, en el peor, un odioso etnocentrismo.

Mientras que varias teorías feministas producidas en el norte global no lograron comprender hasta qué punto la emancipación de las mujeres blancas de clase media ocurrió a expensas de una opresión renovada de los cuerpos racializados de la clase trabajadora, las anarcafeministas tradicionalmente han adoptado una perspectiva más inclusiva.

No es una coincidencia que la mayoría de teóricos anarquistas, desde Kropotkin hasta Reclus, hayan sido geógrafos y/o antropólogos. Al explorar los procesos de producción y reproducción de la vida independientemente de los límites del Estado y en una escala planetaria, estos autores no sólo pudieron evitar las trampas de cualquier forma de nacionalismo metodológico, sino que también pudieron percibir la interconexión global de las formas de dominación, comenzando con el entrelazamiento de la explotación capitalista y la dominación colonial. Esto no es sólo una observación sobre teóricos: este marco global ha estado presente también entre activistas, no sólo en el norte global, sino también en el sur global.

Por ejemplo, diferentes programas anarcafeministas en América Latina han tomado la propiedad común del mundo como su marco para pensar acciones políticas, pasando por alto cualquier sentido de pertenencia nacional y a menudo también enfatizando la dimensión racial de la opresión de las mujeres.

Un comentario al margen: aunque estoy usando etiquetas como anarquismo latinoamericano o chino, también argumentaría que todas esas etiquetas deben usarse como una escalera que deberíamos abandonar tan pronto como hayamos alcanzado la cima: la vitalidad de la tradición anarcafeminista consiste precisamente en su capacidad para trascender las fronteras estatales, el nacionalismo metodológico e incluso los prejuicios eurocéntricos todavía presentes en una gran cantidad de teoría radical producida en el norte global. Es muy revelador, por ejemplo, que la mayoría de las herramientas feministas, enraizadas en el feminismo marxista, el feminismo post-estructuralista o el feminismo radical, se derivan de teorías producidas en un número muy pequeño de países. En realidad, podemos nombrarlos y contarlos con una mano: Francia, Alemania, el Reino Unido, los Estados Unidos y tal vez Italia. Para combatir esta tendencia eurocéntrica, y el posterior privilegio de Europa occidental, es fundamental llevar al centro de la discusión los textos producidos por los anarquistas en todo el mundo, abogando por una forma de feminismo más allá del eurocentrismo y más allá del etnocentrismo.

4. La colonialidad del género: otra mujer es posible

Si tomamos el globo terráqueo como nuestro marco, el primer dato emergente es que las personas en todo el mundo no siempre han estado haciendo género, y, además, incluso si lo hicieron, lo hicieron en términos muy diferentes. Es sólo con el surgimiento de un sistema capitalista mundial que el binarismo de género «hombres» versus «mujeres» pasó a ser hegemónico en todo el mundo. Esto no significa que la diferencia sexual no existiera antes del capitalismo. Simplemente significa que los roles de género binarios no fueron tan universalmente aceptados como los criterios principales para clasificar los cuerpos. El capitalismo moderno convirtió a la familia mononuclear burguesa, con sus roles binarios de género, en hegemónica.

Desde hace mucho tiempo, las feministas marxistas han defendido que el capitalismo necesita una división del trabajo basada en el género porque, basándose en la expansión interminable del beneficio, necesita tanto la extracción de la plusvalía del trabajo productivo asalariado como del trabajo reproductivo no remunerado, que todavía se realiza en gran medida por cuerpos de género. Dicho sin rodeos, el capitalismo necesita «mujeres» porque necesita asumir que las mujeres no «trabajan» cuando lavan los calcetines de su marido y sus hijos: simplemente están desempeñando su función reproductiva y, por lo tanto, cumpliendo con su propia naturaleza.

Como observó María Mies, entre otras, percibir el trabajo de las mujeres no como un trabajo propio, sino simplemente como el resultado de su género, es fundamental para mantener la división entre «trabajo asalariado», sujeto a explotación, y «trabajo sin salario», sujeto a lo que ella denominó «súper-explotación».3 Esta forma de explotación de género es «súper» porque, mientras que la explotación del trabajo asalariado se lleva a cabo mediante la extracción de la plusvalía, la del trabajo doméstico de la mujer tiene lugar mediante la negación del status mismo del trabajo.

Basándose en este tipo de ideas, María Lugones ha presentado recientemente el concepto muy útil de la «colonialidad del género».4 Con este movimiento, busca mostrar cómo la división binaria «hombres/mujeres» y la clasificación de los cuerpos de acuerdo con su pertenencia racial iban juntos, siendo exportados por los europeos a través del mismo proceso de expansión colonial que acompañó la expansión mundial del capitalismo. En el contexto estadounidense, Lugones mostró cómo los roles de género eran mucho más flexibles y variados entre los nativos americanos antes del advenimiento de los colonos europeos. Diferentes naciones indígenas tenían, por ejemplo, una tercera categoría de género para reconocer positivamente las subjetividades intersexuales y queer, mientras que otras, como los yuma, atribuyen los roles de género sobre la base de los sueños, de modo que una mujer que soñara con armas se convierte en un hombre a todos los efectos. Ha habido un entrelazamiento sistemático entre la economía capitalista, la clasificación racial de los cuerpos y la opresión de género.

Es manifiesto, y sin embargo olvidado con demasiada frecuencia, que clasificar a las personas sobre la base de su color de piel, o sus genitales, no es un a priori de la mente humana. Clasificar los cuerpos en función de su sexo, así como clasificarlos en función de su raza, implica, entre otras cosas, una primacía del registro visual. Tal primacía, según Oyèrónkẹ Oyěwùmí, es típica de Occidente, particularmente cuando se mira desde la perspectiva de algunas culturas pre-coloniales africanas. Como señala en su influyente La invención de las mujeres, las culturas oyoyoruba, por ejemplo, se basaron mucho más en la transmisión oral de la información que en su visualización, y valoraron la edad por encima de todos los otros criterios de hegemonía social.5 Ni siquiera tenían un nombre para oponer hombres y mujeres antes del colonialismo: sin rodeos, simplemente no hacían género.

Por lo tanto, cuestionar la colonialidad de género significa también cuestionar la primacía de lo visual: es al ver cuerpos que decimos: «¡aquí hay una mujer!», o: «¡eso es un hombre!». Pero también está dentro de tal registro visual que tenemos que operar para cuestionar tales puntos de vista hegemónicos y heteronormativos de la feminidad y así abrir nuevos caminos para subvertirlos. Puesto a modo de eslogan podríamos decir:

«Otra mujer es posible; otra mujer ya ha empezado en todo momento».

5. Un manifiesto en curso

Estas palabras, «otra mujer es posible; otra mujer ya ha empezado en todo momento», podrían ser el punto de partida para un nuevo manifiesto anarcafeminista. En contraste con otros manifiestos, este último inevitablemente tendría que ser abierto y continuo, tan continuo como la ontología transindividual que lo sostiene. Comenzando con la idea de Errico Malatesta de que el anarquismo es un método, y por lo tanto no es un programa que se puede dar de una vez por todas, la redacción de dicho manifiesto podría proceder a lo largo de tres ejes:6

PRIMERO: Al principio fue el movimiento: el anarquismo no significa ausencia de orden, sino búsqueda de un orden social sin mando. El principal responsable de nuestras formas establecidas de pensar sobre política es el Estado. Debido a que estamos tan acostumbradas a vivir en Estados soberanos, por ejemplo, tendemos a percibir la migración de cuerpos en todo el mundo como un problema. Por el contrario, debemos recordar que, mientras que los Estados soberanos son un fenómeno histórico relativamente reciente (para la mayoría de la humanidad, los pueblos han vivido bajo otros tipos de formaciones políticas), los seres humanos han estado migrando a través de la tierra desde la aparición de los llamados homo sapiens. El homo sapiens es por lo tanto también un femina migrans, o tal vez incluso mejor, un esse migrans. De ahí la necesidad de un anarcafeminismo más allá de las fronteras y más allá del etnocentrismo.

SEGUNDO: Simplemente hazlo: no pretendas tomar el poder del Estado o esperar a que el Estado te dé poder, sólo comienza a ejercer tu propio poder ahora mismo. Aspirar a tomar el poder del Estado, o pedirle reconocimiento, significa reproducir esa misma estructura de poder que necesita ser cuestionada en primer lugar. Esto significa no sólo: «Piensa globalmente y actúa localmente». También significa que la libertad está al alcance de todos y se puede ejercer de varias maneras que no son mutuamente excluyentes: resistir a las normas de género, jugar con ellas, negarse a obedecer, civilmente desobedecer, boicotear el capitalismo, etc., etc.

Estas acciones no son simplemente un estilo de vida del anarquismo o estrategias individualistas, como algunos las han etiquetado. Son actos políticos per se, que pueden ir de la mano con proyectos más grandes, como los ejemplos crecientes de la vida en comunidad y la discriminación de la familia que proliferan en todo el mundo. Pensar en los cuerpos como procesos transindividuales también significa que debemos escapar de la falsa alternativa entre estrategias individuales versus colectivas, y trabajar en todos los diferentes niveles. La opresión es global, así que global tiene que ser la lucha.

TERCERO: El fin es el medio, el medio es el fin: no puede y no debe haber ningún programa político completo para un manifiesto anarcafeminista. Si la libertad es el fin, la libertad debe ser el medio para alcanzarla. El anarquismo es un método para pensar y para actuar, porque actuar es pensar y pensar es actuar. De la misma manera en que los cuerpos son plurales y plural es su opresión, también debe ser plural la estrategia para luchar contra tal opresión. Como los anarquistas han estado diciendo durante mucho tiempo: «multipliquen sus asociaciones y sean libres». En otras palabras, busquen la libertad en todas sus relaciones sociales, no simplemente en la política electoral e institucional, aunque esta última también puede ser uno de los niveles en el cual operar. Pero si la libertad es a la vez el medio y el fin, entonces también se podría imaginar un mundo libre de la noción de género, así como de las estructuras opresivas que generó. Debido a que los cuerpos de género siguen siendo los objetos mundiales de explotación y dominación, necesitamos un manifiesto anarcafeminista aquí y ahora. Pero este último debe concebirse como una escalera que bien podemos abandonar una vez que hayamos alcanzado la cima. De hecho, está implícito, en el mismo proceso de embarcarse en un proyecto anarcafeminista, que debemos luchar por un mundo más allá de la división entre hombres y mujeres y, por lo tanto, también, en cierto modo, más allá del feminismo mismo.


Traducción de Miguel Ibáñez Aristondo


1 He Zhen, «Women liberation», en Anarchism. A documentary history of libertarian ideas, Vol. 1, editado por Robert Graham, (Montreal: Black Rose Books, 2005), p. 341.
2 Peggy Kornegger, «Anarchism: The Feminist Connection», en Quiet Rumors, (Oakland, ca: ak Press, 2012), p. 25.
3 Maria Mies, Patriarchy and Accumulation on a World Scale. Women in the International Division of Labour, 1986, Londres, Zed Books.
4 Mar.a Lugones, «The Coloniality of Gender», The Palgrave Handbook of Gender and Development, (Londres: Palgrave Macmillan uk, 2016).
5 Oyèrónkẹ Oyěwùmí, The Invention of Women. Making an African Sense of Western Gender Discourses, (Mine.polis: University of Minnesota Press, 1997).
6 Errico Malatesta, Anarchia, (Roma: Datanews, 2001), p. 39.

El matrimonio esclavo y el matrimonio libre. El deseo esclavo y el deseo libre. (Luisa Capetillo, 1907)

Algunos han equivocado el sentido del amor libre, y lo han calificado de prostitución. Será prostitución para la mujer solamente, pues el hombre siempre ha tenido libertad sexual y la mujer carga solamente el epíteto de prostituta; esas infelices que lo admiten, son prostitutas; ellos que la utilizan tan orondos y altaneros, se llaman jóvenes honrados y correctos caballeros. ¡Curiosa caballerosidad!... la de utilizar esas mujeres y luego insultarlas y despreciarlas: No sé cuál valdrá más, “la que cede por la paga o el que paga por pecar”.

¿Con que entendéis inmaculados calificadores, que la mujer que siente atracción y amor por otro que no sea su marido, es una prostituta? ¿Aunque sea una sola vez en su vida? ¿Qué pensáis del hombre que teniendo tres mujeres además se deja caer de vez en cuando o semanalmente entre las mártires de la venta pública y que no conforme aun, necesita “saborear” placeres o aberraciones antinaturales? ¿Será un prostituido, un vicioso, un degradado, o qué? ¿Tendríais a bien decirlo?

De modo que, una mujer se casa o une a un hombre y tiene la obligación, aunque no le guste al mes o a la semana o al año, de vivir con él; se me ha dicho que debe avisar al hombre, cuando se enamora de otro; ¿Se lo avisa el hombre a ella cuando se enamora? Ahora si opta por el divorcio, no se liberta de la critica que la injuria, calumnia y trata de anularla, como honrada y buena mujer, y la convierte en una prostituta, si se divorcia o se va con otro que le guste más. ¿La ley matrimonial esclaviza a la mujer? Pues venga el matrimonio libre, la unión de los seres libres, el amor libre.

Porque el matrimonio actual es la venta femenina por la cual ella cede a todos sus derechos al marido. Ella aunque dejare de quererlo, no puede libertarse porque el dogma la esclaviza perpetuamente y la ley la obliga a cumplirlo; y la ley hecha por los hombres, la cubre de epítetos injuriosos que deja un rastro en pos de ella para que caiga sobre sus hijos y familiares y sintiendo el desprecio de los hijos y la maldición de los padres, se vea impotente de poder usar la libertad que tan cara le costó. ¡Cuántas han sostenido esa lucha por un marido infiel que las abandonaban!

Pero no han querido comprender y aceptar que el amor no puede ser esclavo, y para deformarlo aprisionaron la voluntad femenina, y la ataron al poste de los dogmas religiosos, y no vieron que el poste estaba carcomido y que al caerse la mujer quedaría libre.

Desorientada la mujer después de tantos siglos de opresión, ha buscado y ha encontrado una gran puerta de escape en la libertad del hombre y ahí las tenéis apoyadas en la libertad del que tanto tiempo las esclavizó y se han dicho; el hombre es libre, la mujer tiene igual derecho y aptitudes para serlo.

La atmósfera está llena de lamentos y gemidos de millones de mujeres que sufrieron horrible mutilación por un concepto equivocado de la moral. Miles han muerto y mueren tísicas, histéricas, deformes por esa abstención a que han sido condenadas. La prostitución, con sus vicios y aberraciones, no ha dado el número de tísicas, histéricas, nerviosas y de otras afecciones, como eso que han llamado, “virtud”, “moral”, “castidad”, que no son otra cosa que conceptos equivocados de la ignorancia combinada con el egoísmo y la fuerza.

¿Por qué señores?, ¿Qué habrá en la naturaleza de impuro y deshonesto? Si suponemos que el acto sexual es un acto sucio de rebajamiento moral, entonces todos somos producto de esa degradación. Si el acto sexual es indigno, en cualquier forma que se realice lo es. Es igual en todos los idiomas como en todos los seres de la creación, desde el insecto hasta al hombre

De todos modos es una necesidad como placer y como medio de procrear de tanta urgencia como el de comer, dormir y pasear. Si alguien se abstiene, dueños son de hacerlo; sino, nadie tiene derecho de acusarlo o juzgarlo. ¿Es una necesidad? Lo es para ambos sexos. ¿Cuál es la ley que prohíbe a la mujer de su libertad sexual? La ley moral. ¿Quién la ha establecido, o legislado? –El hombre,- Pues que la siga él y la practique, que él no tiene derecho de legislar para la mujer, ni de marcarle rumbos, ni señalarle límites. La mujer es la única que sabe lo que a ella le conviene y debe elegir lo que le agrade. La libertad de la mujer, es la libertad del género humano! ¡Qué ley más justa! Que hace que todo tenga su término ¡Abajo la civilización esclavitud de las mujeres!

La Creación de una Anarquista (Voltairine De Cleyre, 1903)


“Aquí había un guardia, y aquí estaba el otro en este punto; yo estaba aquí frente al portón. ¿Conocen esos problemas de geometría de la liebre y los sabuesos? — nunca corren en línea recta, siempre en una curva, entonces, ¿ven? Y el guardia no era más listo que los perros; si hubiese corrido recto hacia el portón me hubiese atrapado.”

De este modo narró Piotr Kropotkin (1) su escape de la fortaleza Petro-Paulovsky (2). Tres migas sobre la mesa marcaban la posición relativa de los guardias burlados y el prisionero fugitivo; el relator las había resquebrajado del pan con el que almorzaba y las dejó caer sobre la mesa con una sonrisa divertida. El triángulo sugerido había sido el punto de partida del exilio de por vida del hombre más grande, salvo Tolstói (3), que Rusia ha producido: desde ese momento comenzaron las muchas andanzas extranjeras y la adopción del simple y cariñoso título de “compañero”, por el cual hubo abandonado el de “príncipe”, que despreciaba.

Éramos tres en el simple y pequeño hogar de un trabajador londinense ─Will Wess (4), otrora zapatero─, Kropotkin y yo. Tuvimos nuestro “té” a la usanza hogareña inglesa, con finas tajadas de pan enmantequillado. Hablamos de cosas cercanas a nuestros corazones. Cuando dos o tres anarquistas se reúnen, ello implica presentar evidencias del crecimiento de la libertad y de lo que están haciendo nuestros compañeros en todas partes. Y como lo que hacen y dicen a menudo les conduce a prisión, la conversación había caído naturalmente en la experiencia de Kropotkin y su temerario escape, por el cual el gobierno ruso se molesta hasta este día.

En breve el anciano miró la hora y se puso en pie de un salto: “Estoy retrasado. Adiós, Voltairine, adiós, Will. ¿Por aquí se llega a la cocina? Debo despedirme de la Sra. Turner y de Lizzie (5)”. Y hacia la cocina fue. Aunque estaba atrasado, no concebía el partir sin antes despedir con un apretón de manos a quienes habían hecho tanto como lavar los platos por él. Así es Kropotkin, un hombre cuya personalidad se siente más que ninguna otra en el movimiento anarquista. Simultáneamente el más gentil, el más amable y el más invencible de los hombres. Comunista como también anarquista, sus mismísimos latidos de corazón van al ritmo del gran pulso común del trabajo y la vida.

Comunista yo no soy, aunque mi padre lo era, y su padre antes que él durante los tiempos agitados del '48. (6) Probablemente la razón remota para mi oposición a las cosas como son: en el fondo las convicciones son mayoritariamente temperamentales. Y si buscara explicarme sobre otras bases, caería yo en un confuso error de la lógica; pues por las primeras influencias y educación debiese haber sido yo monja y haber pasado mi vida glorificando la autoridad en su forma más concentrada, como algunas de mis compañeras de escuela lo están haciendo en este momento en las casas misioneras de la Orden de los Santos Nombres de Jesús y María. Pero el ancestral espíritu de rebelión se afirmó mientras tenía aún catorce años, una niña de escuela en el Convento de Nuestra Señora del Lago Huron, en Sarnis, Ontario (7). ¡Cuánto me compadezco ahora, cuando lo recuerdo, pobre almita solitaria, batallando sola en la sombra de la superstición religiosa, incapaz de creer y sin embargo en constante temor a la perdición ardiente, salvaje y eterna si no confieso y profeso al instante! Cuán bien recuerdo la amarga energía con la que repelí la imposición de mi maestra, cuando le dije que no quería disculparme por una falta decretada, pues no podía ver que hubiese hecho algo mal, y no sentiría mis palabras. “No es necesario”, dijo ella, “que debamos sentir lo que decimos, pero es siempre necesario obedecer a nuestros superiores”. ¡“No mentiré”, respondí con ardor, y a la vez temblé por temor a que mi desobediencia me hubiese finalmente consignado al tormento!

Me esforcé por salir al fin, y era una librepensadora cuando dejé la institución, tres años más tarde, aunque nunca vi un libro ni oí una palabra que me ayudase en mi soledad. Había sido como el Valle de la Sombra de la Muerte, y aún hay blancas cicatrices en mi alma, donde la ignorancia y la superstición me quemaron con su fuego infernal en aquellos agobiantes días. ¿Soy una blasfema? Esa es su palabra, no mía. Aparte de aquella batalla de mis días de juventud todas las demás han sido fáciles, pues ante lo que sucediese fuera, dentro, mi propia voluntad era suprema. Ella no ha debido lealtad alguna, y nunca lo hará; se ha movido ininterrumpidamente en una dirección: el conocimiento y la afirmación de su propia libertad, con toda la responsabilidad que acaece desde entonces.

Esta, estoy segura, es la razón última para mi aceptación del anarquismo. Aunque la ocasión específica que maduró las tendencias a su definición fueron los acontecimientos de 1886-87, cuando cinco hombres inocentes fueron colgados en la horca en Chicago por el actuar de algún culpable que aún sigue siendo desconocido (8). Hasta ese entonces creía en la justicia esencial de la ley americana y el juicio ante un jurado. Después nunca más pude. La infamia de ese juicio ha pasado a la historia, y la duda que despertó en cuanto a la posibilidad de justicia bajo la ley, ha pasado a ser un llanto clamoroso en todo el mundo. Con esta duda luchando por ser oída en un momento en que, joven y entusiasta, todas las preguntas presionaban con una fuerza que más tarde la vida oiría en vano nuevamente, ocurrió que acudí a una Convención Memorial de Paine en un remoto rincón de la tierra entre las montañas y los riscos nevados de Pensilvania. Yo era una disertante del librepensamiento en ese entonces y había hablado en la tarde sobre la obra de Paine (9); en la noche me senté entre la audiencia para oír a Clarence Darrow (10) ofrecer un discurso sobre el socialismo. Fue mi primera introducción a todo plan para mejorar la condición de las clases trabajadoras que proveyese alguna explicación sobre el curso del desarrollo económico, y corrí a él como quien ha estado rondando en la oscuridad corre hacia la luz. Me sonrío ahora de cuán rápido adopté la etiqueta de «socialista» y cuán rápido la hice a un lado. Que nadie siga mi ejemplo; pero era yo joven. Seis semanas después fui castigada por mi precipitación cuando intenté defender mi fe ante un pequeño judío ruso, llamado Mozersky, en un club de debate en Pittsburgh. Él era anarquista, y un poco un Sócrates (11). Me llevó con sus preguntas hacia todo tipo de agujeros, de los que me liberé de las maneras más ridículas solo para tropezarme con otros que él había cavado sonriendo mientras yo me salía de los primeros. La necesidad de una mejor base se me hizo evidente: por ende comencé un curso de estudio sobre los principios de la sociología y del socialismo moderno y el anarquismo como era presentado en periódicos regulares. Fue Libertad, de Benjamin Tucker, exponente del Anarquismo Individualista, la obra que finalmente me convenció de que “la libertad no es la hija, sino la madre del orden” (13). Y aunque ya no adhiero al evangelio económico particular abogado por Tucker, la doctrina del anarquismo mismo, como era entonces concebida, se ha ampliado, profundizado e intensificado con los años.

Para aquellos no familiarizados con el movimiento, la variedad de términos confunde. El anarquismo es, en verdad, una especie de protestantismo, cuyos adherentes son una unidad en la gran creencia esencial de que todas las formas de autoridad externa deben desaparecer para ser reemplazadas por el auto-control solamente, pero se diferencia en nuestra concepción por las posibles formas que tomaría la sociedad futura. El «individualismo» supone a la propiedad privada como la piedra angular de la libertad personal; afirma que tal propiedad ha de consistir en la absoluta posesión del producto propio y de tanta parte de la herencia natural de todos como uno pueda realmente usar. El «anarquismo-comunista», por otro lado, declara que tal propiedad es tanto irrealizable como indeseable; que la posesión común y el uso de todas las fuentes naturales y medios de producción social pueden por sí solas asegurar al individuo contra una recurrencia de la desigualdad y sus sirvientes, el gobierno y la esclavitud. Mi convicción personal es que ambas formas de sociedad, así como muchas intermedias, se intenten, en ausencia de gobierno, en diversas localidades, de acuerdo a los instintos y las condiciones materiales del pueblo, pero que objeciones bien fundadas pueden ofrecérseles a ambas. La libertad y la experimentación por sí solas pueden determinar las mejores formas de sociedad. Por lo tanto ya no me etiqueto de otro modo más que «anarquista» simplemente.

No quisiera, sin embargo, que el mundo pensara que soy una “anarquista de oficio”. Los demás tienen nociones muy curiosas sobre nosotros, una de ellas es que los anarquistas nunca trabajan. Por el contrario, los anarquistas son casi siempre pobres, y son solo los ricos quienes viven sin trabajar. No solo esto, sino que es nuestra creencia que todo ser humano saludable, por ley de su propia actividad, elegirá trabajar, pero ciertamente no como ahora, pues en el presente hay poca oportunidad para que uno encuentre su verdadera vocación. Así yo, que en libertad hubiese escogido otra cosa, soy maestra de lenguaje. Hace unos doce años, estando en Filadelfia y sin empleo, acepté la propuesta de un pequeño grupo de obreros judíos de una  fábrica para formar una clase vespertina sobre las ramas comunes del inglés. Sé bastante bien que tras el deseo de ayudarme a obtener mi sustento está el deseo de que tome parte en la propaganda de nuestra causa común. Pero lo fortuito se volvió una vez más lo principal, y una maestra de hombres y mujeres trabajadoras he seguido siendo desde aquel día. En aquellos doce años que he vivido y amado y trabajado con judíos extranjeros le he enseñado a más de mil, y he encontrado como regla, los estudiantes más brillantes, los más persistentes y sacrificados, y en su juventud soñadores de ideales sociales. Mientras el “americano inteligente” les ha maldicho como “extranjero ignorante”, mientras el obrero corto de vista le ha hecho la vida al judío tan intolerable como fuese posible, en silencio y con paciencia el despreciado ha hecho su camino contra todo ello. He visto tan genuino heroísmo en la causa de la educación practicada por niñas y niños, e incluso por hombres y mujeres con familias, que superarían los límites de lo creíble para la mente común. Frío, hambre, aislamiento, todo soportado por años para obtener los medios para estudiar; y, peor aún, agotamiento del cuerpo hasta la demacración. Todo ello es muy común. Y sin embargo, en medio de esto, tan ferviente es la imaginación social de los jóvenes que la mayoría de ellos hallan tiempo aparte para visitar los diversos clubes y sociedades donde se discute el pensamiento radical, y tarde o temprano se alían con las Secciones Socialistas, o las Ligas Liberales, o los Clubes Single-Tax, o los Grupos Anarquistas. El diario socialista más grande en América es el judío Vorwaerts (14), y los obreros más activos y competentes son judíos. Y también lo son entre los anarquistas.

No soy propagandista a toda costa, o dejaría la historia hasta aquí; pero la verdad me impulsa a añadir que a medida que pasan los años y la filtración y absorción gradual de la vida comercial americana continúa, mis estudiantes se vuelven profesionales exitosos, la niebla dorada del entusiasmo se desvanece, y la vieja maestra debe buscar la camaradería en las nuevas juventudes, quienes aún presionan con ojos ardientes, viendo lo que se ha perdido para siempre en aquellos a quienes el éxito ha satisfecho y aturdido. Corren lágrimas a veces, pero como dice Kropotkin: “Déjalos ir; hemos tendido lo mejor de ellos”. Después de todo, ¿quiénes son los verdaderamente viejos? Aquellos que se desgastan en fe y energía, y toman sillas cómodas y un suave vivir; no Kropotkin, con sus sesenta años, que tiene ojos brillantes y el interés deseoso de un niño pequeño; no el fiero John Most (15), “el viejo caballo de guerra de la revolución”, indómito después de diez años de prisión en Europa y América; no la encanecida Louise Michel (16), con la aurora de la mañana aún brillando en su aguda mirada que mira de cerca y desde atrás de las memorias enrejadas de Nueva Caledonia; no Dyer D. Lum (17), quien aún sonríe en su tumba, pienso; no Tucker, no Turner (18), no Teresa Claramunt (19), no Jean Grave (20), no ellos. Les he conocido a todos, y he sentido la bullente vida pulsando a través de su corazón y sus manos, dichosos, fervientes, saltando a la acción. Así no son los viejos, sino tu joven corazón que cae en bancarrota de esperanza social, se seca y se pudre en esta sociedad rancia y sin propósito. ¿Serías por siempre joven? Entonces sé anarquista, y vive con la fe de la esperanza, aunque seas viejo.

Dudo que cualquier otra esperanza tenga el poder de mantener el fuego ardiendo como lo vi arder en 1897, cuando conocimos a los exiliados españoles liberados de la fortaleza de Montjuich (21). Pocas personas en América supieron alguna vez la historia de aquella tortura, aunque distribuimos cincuenta mil copias de las cartas contrabandeadas desde la prisión, y algunos periódicos las imprimieron. Eran las cartas de hombres encarcelados por mera sospecha del crimen de una persona desconocida, y sometidos a torturas que de solo mencionarlas hacen que uno se estremezca. Les sacaban las uñas, sus cabezas eran comprimidas con gorras de metal, las partes más sensibles del cuerpo eran pellizcadas entre cuerdas de guitarra, sus carnes quemadas con hierros al rojo vivo; se les alimentaba con bacalao en sal después de días de hambruna, y se les negaba el agua; Juan Ollé, un niño de diecinueve años de edad, se había vuelto loco; otro había confesado algo que nunca hizo y de lo que nada sabía. Esto no es una horrible imaginación. Esta que escribe ha tocado algunas de esas manos con cicatrices. Indiscriminadamente, cuatrocientas personas de todas las creencias ─republicanos, sindicalistas, socialistas, francmasones, y también anarquistas─ han sido puestos en calabozos y torturados en el infame “cero”. ¿Es sorpresa que la mayoría de ellos salieran siendo anarquistas? Había veintiocho en el primer grupo que conocimos en Euston Station aquella tarde de agosto, vagabundos sin techo en el torbellino de Londres, liberados sin juicio después de meses de prisión, y ordenados a abandonar España en cuarenta y ocho horas. La habían abandonado, cantando sus canciones de prisión; y aún a través de sus oscuros y tristes ojos uno podía ver el florecer eterno de mayo. Se fueron principalmente a Sudamérica, donde cuatro o cinco nuevos periódicos anarquistas han surgido desde entonces, y varios experimentos colonizadores de línea anarquista se están intentando. Así la tiranía se derrota a sí misma, y el exilio se vuelve el sembrador de semillas de la revolución.

Y no solo a los hasta ahora dormidos les lleva el despertar, sino que todo el carácter del movimiento mundial es modificado por esta circulación de compañeros de todas las naciones entre ellas. Originalmente el movimiento americano, la creación nativa que surgió con Josiah Warren (22) en 1829, era puramente individualista; el estudiante de economía comprenderá fácilmente la causa material e histórica de tal desarrollo. Pero en los últimos veinte años la idea comunista ha hecho gran progreso debido principalmente a esa concentración de la producción capitalista que ha llevado a los obreros americanos a asir la idea de la solidaridad, y, segundo, a la expulsión de activos propagandistas comunistas desde Europa. Nuevamente, otro cambio ha ocurrido en los últimos diez años. Hasta entonces la aplicación de la idea era reducida principalmente a asuntos industriales, y las escuelas económicas se denunciaban mutuamente; hoy una tolerancia grande y genial está creciendo. La generación joven reconoce el inmenso barrido de la idea por medio de todas las esferas del arte, la ciencia, la literatura, la educación, las relaciones sexuales y la moral personal, así como también la economía social, y le da la bienvenida a la adhesión de aquellos que luchan por realizar la vida libre, no importa en qué campo. Pues esto es lo que el anarquismo finalmente significa, el desencadenamiento completo de la vida después de dos mil años de ascetismo e hipocresía cristiana.

Aparte del asunto de los ideales, está el asunto del método. “¿Cómo propones obtener todo esto?” es la pregunta que más se nos hace. La misma modificación ha tomado lugar aquí. Antes había “cuáqueros” y “revolucionarios”; y así los hay aún. Pero mientras ninguno pensaba bien del otro, ahora ambos aprendieron que cada cual tiene su propio uso en el gran juego de las fuerzas mundiales. Ninguna persona es en sí misma una unidad, y en toda alma Júpiter aún le hace la guerra a Cristo. No obstante, el espíritu de paz crece; y mientras sería vano decir que los anarquistas en general creen que cualquiera de los grandes problemas industriales se resolverá sin el uso de la fuerza, sería igualmente vano suponer que consideran la fuerza misma como algo deseable, o que ésta provee de una solución final a cualquier problema. Desde la experimentación pacífica solamente puede venir la solución final, y eso los defensores de la fuerza lo saben y lo creen tan bien como los tolstoianos. Solo que piensan que las tiranías presentes provocan la resistencia. La diseminación del Guerra y Paz y La Esclavitud de Nuestros Tiempos de Tolstói, y el crecimiento de numerosos clubes en torno a él y que tienen como propósito la diseminación de la literatura de la no-resistencia, es una evidencia de que muchos reciben la idea de que es más fácil conquistar la guerra con la paz. Yo soy una de ellos. No veo fin a la represalia a menos que alguien cese de tomar represalias. Pero que nadie tome esto por una sumisión servil o una abnegación mansa; mi derecho me será afirmado no importa a qué costo, y nadie habrá de transgredirlo sin mi protesta.

Los satíricos de buena naturaleza a menudo remarcan que “la mejor manera de curar a un anarquista es darle una fortuna”. Sustituyendo “corromper” en vez de “curar”, yo suscribiría a esto; y creyéndome no mejor que el resto de las personas, espero seriamente que sea mi suerte trabajar, y trabajar duro, y no por fortuna alguna, de modo que pueda seguir hasta el final; pues que se me permita mantener la intensidad de mi alma, con todas las limitaciones de mis condiciones materiales, en vez de volverme la creación invertebrada y sin ideales de las necesidades materiales. Mi recompensa es que vivo con los jóvenes; voy al paso con mis compañeros; he de morir en el arnés con mi rostro hacia el Este, el Este y la Luz.


NOTAS


(1) Peter Alekseevich Kropotkin (1842-1921). Geógrafo y geólogo, se enteró del movimiento anarquista mientras vivía por un período en el Jura Suizo entre los relojeros. Es el principal exponente del anarquismo comunitario.

(2) Fortaleza de Petro-Paulovsky. Kropotkin fue retenido en la fortaleza, transformada en prisión, desde 1874 a 1876. Realizó un valiente escape desde el hospital militar donde se recuperaba. Este episodio es relatado en Memorias de un Revolucionario (1899)

(3) León Tolstói (1828-1910). Uno de los escritores más importantes de Rusia. Su filosofía cristiana se basaba en la no-violencia y en el rechazo anarquista al poder estatal.

(4) William Wess. Anarquista participante en la Rama Hackney (Londres) de la Liga Socialista y miembro del grupo Freedom que publicaba un periódico del mismo nombre.

(5) La Sra. Turner es Mary Turner, esposa del anarquista John Turner y Lizzie es su hermana. Lizzie estaba casada con el anarquista escocés Thomas Bell y más tarde se mudó a América.

(6) 1848. Este es el año de las revueltas sociales y políticas en toda Europa.

(7) Convento de Nuestra Señora del Lago Huron, en Sarnis, Ontario. En este convento Voltairine de Cleyre atendió a la escuela primaria.

(8) Los acontecimientos de 1886-87. La referencia es a la confrontación entre la policía y los obreros protestantes que ocurrió un 4 de Mayo en Haymarket Square (Chicago) después del asesinato, el día anterior, por la policía, de 6 personas durante una huelga. En Haymarket Square la policía intentó dispersar la demostración pacífica cuando alguien lanzó una bomba que mató a 7 policías. En ese momento la policía abrió fuego sobre la multitud asesinando probablemente a 20 trabajadores. En las siguientes semanas, August Spies y otros siete anarquistas fueron acusados de asesinato. Spies, Fischer, Engel y Parsons proclamaron su inocencia pero fueron ahorcados el 11 de Noviembre de 1887. Desde 1890 el primero de Mayo conmemora a los trabajadores asesinados en Haymarket Square. 

(9) Thomas Paine (1737-1809). Nacido en Inglaterra, Tomas Paine se convirtió en defensor de la independencia Americana, exponiendo sus ideas en un apasionado panfleto Sentido Común que fue publicado en Enero de 1776, seis meses antes de la Declaración de Independencia.

(10) Clarence Seward Darrow (1857-1938). Un abogado que simpatizaba con la causa del movimiento obrero y de los oprimidos.

(11) Sócrates. El filósofo griego practicaba un método de debate conocido como «mayéutica», mediante el cual la verdad se rescata del individuo por medio de un proceso de interrogación que conduce al descubrimiento personal.

(12) Benjamin Tucker (1854-1939). Uno de los principales exponentes del anarquismo individualista por medio de la edición y publicación del periódico Liberty entre 1881 y 1908.

(13) La Libertad no es Hija sino Madre del Orden. Postura sostenida por Proudhon y Tucker.

(14) Vorwaerts Judío. El Jewish Daily Forward fue un periódico que comenzó sus publicaciones en 1897 con Abraham Cahan como editor.

(15) John Most (1846-1906). Anarquista altamente influyente nacido en Alemania desde donde se mudó a América en 1882 donde fue editor del diario anarquista en lengua alemana Freiheit. 

(16) Louise Michel (1830-1905). Anarquista que fue enviada por el estado Francés a la colonia penal de Nueva Caledonia después de la derrota de la Comuna de París. En 1891 organizó una escuela internacional en Londres.

(17) Dyer D. Lum (1840-1893). Un amigo cercano anarquista de Voltairine. Se suicidó en 1893. En su elegía, Voltairine le llama “el más brillante erudito, el más profundo pensador del movimiento Revolucionario Americano”.

(18) John Turner, anarquista, amigo de Kropotkin.

(19) Teresa Claramunt (1862-1931). Fue deportada en 1896 por el Estado Español por actividades anarquistas. Al volver a España en 1898 tomó parte en el lanzamiento del periódico anarquista El Productor en 1901.

(20) Jean Grave (1854-1939). Autor de La société mourante et l'anarchie que Voltairine de Cleyre tradujo al inglés. En 1895 comenzó a publicar la revista Les temps nouveaux a la cual Kropotkin también envió contribuciones.

(21) Montjuïc. La prisión de Montjuïc a las afueras de Barcelona es donde fueron mantenidos y torturados por los guardias Españoles, anarquistas, republicanos, socialistas, sindicalistas y francmasones (400 en total), siendo acusados, sin pruebas, de haber puesto una bomba durante un desfile de Corpus Christi el 7 de Junio de 1896. Eventualmente fueron liberados sin juicio y se les ordenó abandonar el país dentro de 48 horas, como lo relata Voltairine quien conoció a un grupo de ellos que llegaba a Londres.

(22) Josiah Warren (1798-1874), músico, inventor, filósofo anarquista y activista social, estableció varias comunidades experimentales en los EEUU.


*Escrito publicado originalmente en lengua inglesa en «Mother Earth publishing association» (New York, 1914). Traducido al castellano por @rebeldealegre como colaboración para Revista Arpillera N° 1.