La Creación de una Anarquista (Voltairine De Cleyre, 1903)


“Aquí había un guardia, y aquí estaba el otro en este punto; yo estaba aquí frente al portón. ¿Conocen esos problemas de geometría de la liebre y los sabuesos? — nunca corren en línea recta, siempre en una curva, entonces, ¿ven? Y el guardia no era más listo que los perros; si hubiese corrido recto hacia el portón me hubiese atrapado.”

De este modo narró Piotr Kropotkin (1) su escape de la fortaleza Petro-Paulovsky (2). Tres migas sobre la mesa marcaban la posición relativa de los guardias burlados y el prisionero fugitivo; el relator las había resquebrajado del pan con el que almorzaba y las dejó caer sobre la mesa con una sonrisa divertida. El triángulo sugerido había sido el punto de partida del exilio de por vida del hombre más grande, salvo Tolstói (3), que Rusia ha producido: desde ese momento comenzaron las muchas andanzas extranjeras y la adopción del simple y cariñoso título de “compañero”, por el cual hubo abandonado el de “príncipe”, que despreciaba.

Éramos tres en el simple y pequeño hogar de un trabajador londinense ─Will Wess (4), otrora zapatero─, Kropotkin y yo. Tuvimos nuestro “té” a la usanza hogareña inglesa, con finas tajadas de pan enmantequillado. Hablamos de cosas cercanas a nuestros corazones. Cuando dos o tres anarquistas se reúnen, ello implica presentar evidencias del crecimiento de la libertad y de lo que están haciendo nuestros compañeros en todas partes. Y como lo que hacen y dicen a menudo les conduce a prisión, la conversación había caído naturalmente en la experiencia de Kropotkin y su temerario escape, por el cual el gobierno ruso se molesta hasta este día.

En breve el anciano miró la hora y se puso en pie de un salto: “Estoy retrasado. Adiós, Voltairine, adiós, Will. ¿Por aquí se llega a la cocina? Debo despedirme de la Sra. Turner y de Lizzie (5)”. Y hacia la cocina fue. Aunque estaba atrasado, no concebía el partir sin antes despedir con un apretón de manos a quienes habían hecho tanto como lavar los platos por él. Así es Kropotkin, un hombre cuya personalidad se siente más que ninguna otra en el movimiento anarquista. Simultáneamente el más gentil, el más amable y el más invencible de los hombres. Comunista como también anarquista, sus mismísimos latidos de corazón van al ritmo del gran pulso común del trabajo y la vida.

Comunista yo no soy, aunque mi padre lo era, y su padre antes que él durante los tiempos agitados del '48. (6) Probablemente la razón remota para mi oposición a las cosas como son: en el fondo las convicciones son mayoritariamente temperamentales. Y si buscara explicarme sobre otras bases, caería yo en un confuso error de la lógica; pues por las primeras influencias y educación debiese haber sido yo monja y haber pasado mi vida glorificando la autoridad en su forma más concentrada, como algunas de mis compañeras de escuela lo están haciendo en este momento en las casas misioneras de la Orden de los Santos Nombres de Jesús y María. Pero el ancestral espíritu de rebelión se afirmó mientras tenía aún catorce años, una niña de escuela en el Convento de Nuestra Señora del Lago Huron, en Sarnis, Ontario (7). ¡Cuánto me compadezco ahora, cuando lo recuerdo, pobre almita solitaria, batallando sola en la sombra de la superstición religiosa, incapaz de creer y sin embargo en constante temor a la perdición ardiente, salvaje y eterna si no confieso y profeso al instante! Cuán bien recuerdo la amarga energía con la que repelí la imposición de mi maestra, cuando le dije que no quería disculparme por una falta decretada, pues no podía ver que hubiese hecho algo mal, y no sentiría mis palabras. “No es necesario”, dijo ella, “que debamos sentir lo que decimos, pero es siempre necesario obedecer a nuestros superiores”. ¡“No mentiré”, respondí con ardor, y a la vez temblé por temor a que mi desobediencia me hubiese finalmente consignado al tormento!

Me esforcé por salir al fin, y era una librepensadora cuando dejé la institución, tres años más tarde, aunque nunca vi un libro ni oí una palabra que me ayudase en mi soledad. Había sido como el Valle de la Sombra de la Muerte, y aún hay blancas cicatrices en mi alma, donde la ignorancia y la superstición me quemaron con su fuego infernal en aquellos agobiantes días. ¿Soy una blasfema? Esa es su palabra, no mía. Aparte de aquella batalla de mis días de juventud todas las demás han sido fáciles, pues ante lo que sucediese fuera, dentro, mi propia voluntad era suprema. Ella no ha debido lealtad alguna, y nunca lo hará; se ha movido ininterrumpidamente en una dirección: el conocimiento y la afirmación de su propia libertad, con toda la responsabilidad que acaece desde entonces.

Esta, estoy segura, es la razón última para mi aceptación del anarquismo. Aunque la ocasión específica que maduró las tendencias a su definición fueron los acontecimientos de 1886-87, cuando cinco hombres inocentes fueron colgados en la horca en Chicago por el actuar de algún culpable que aún sigue siendo desconocido (8). Hasta ese entonces creía en la justicia esencial de la ley americana y el juicio ante un jurado. Después nunca más pude. La infamia de ese juicio ha pasado a la historia, y la duda que despertó en cuanto a la posibilidad de justicia bajo la ley, ha pasado a ser un llanto clamoroso en todo el mundo. Con esta duda luchando por ser oída en un momento en que, joven y entusiasta, todas las preguntas presionaban con una fuerza que más tarde la vida oiría en vano nuevamente, ocurrió que acudí a una Convención Memorial de Paine en un remoto rincón de la tierra entre las montañas y los riscos nevados de Pensilvania. Yo era una disertante del librepensamiento en ese entonces y había hablado en la tarde sobre la obra de Paine (9); en la noche me senté entre la audiencia para oír a Clarence Darrow (10) ofrecer un discurso sobre el socialismo. Fue mi primera introducción a todo plan para mejorar la condición de las clases trabajadoras que proveyese alguna explicación sobre el curso del desarrollo económico, y corrí a él como quien ha estado rondando en la oscuridad corre hacia la luz. Me sonrío ahora de cuán rápido adopté la etiqueta de «socialista» y cuán rápido la hice a un lado. Que nadie siga mi ejemplo; pero era yo joven. Seis semanas después fui castigada por mi precipitación cuando intenté defender mi fe ante un pequeño judío ruso, llamado Mozersky, en un club de debate en Pittsburgh. Él era anarquista, y un poco un Sócrates (11). Me llevó con sus preguntas hacia todo tipo de agujeros, de los que me liberé de las maneras más ridículas solo para tropezarme con otros que él había cavado sonriendo mientras yo me salía de los primeros. La necesidad de una mejor base se me hizo evidente: por ende comencé un curso de estudio sobre los principios de la sociología y del socialismo moderno y el anarquismo como era presentado en periódicos regulares. Fue Libertad, de Benjamin Tucker, exponente del Anarquismo Individualista, la obra que finalmente me convenció de que “la libertad no es la hija, sino la madre del orden” (13). Y aunque ya no adhiero al evangelio económico particular abogado por Tucker, la doctrina del anarquismo mismo, como era entonces concebida, se ha ampliado, profundizado e intensificado con los años.

Para aquellos no familiarizados con el movimiento, la variedad de términos confunde. El anarquismo es, en verdad, una especie de protestantismo, cuyos adherentes son una unidad en la gran creencia esencial de que todas las formas de autoridad externa deben desaparecer para ser reemplazadas por el auto-control solamente, pero se diferencia en nuestra concepción por las posibles formas que tomaría la sociedad futura. El «individualismo» supone a la propiedad privada como la piedra angular de la libertad personal; afirma que tal propiedad ha de consistir en la absoluta posesión del producto propio y de tanta parte de la herencia natural de todos como uno pueda realmente usar. El «anarquismo-comunista», por otro lado, declara que tal propiedad es tanto irrealizable como indeseable; que la posesión común y el uso de todas las fuentes naturales y medios de producción social pueden por sí solas asegurar al individuo contra una recurrencia de la desigualdad y sus sirvientes, el gobierno y la esclavitud. Mi convicción personal es que ambas formas de sociedad, así como muchas intermedias, se intenten, en ausencia de gobierno, en diversas localidades, de acuerdo a los instintos y las condiciones materiales del pueblo, pero que objeciones bien fundadas pueden ofrecérseles a ambas. La libertad y la experimentación por sí solas pueden determinar las mejores formas de sociedad. Por lo tanto ya no me etiqueto de otro modo más que «anarquista» simplemente.

No quisiera, sin embargo, que el mundo pensara que soy una “anarquista de oficio”. Los demás tienen nociones muy curiosas sobre nosotros, una de ellas es que los anarquistas nunca trabajan. Por el contrario, los anarquistas son casi siempre pobres, y son solo los ricos quienes viven sin trabajar. No solo esto, sino que es nuestra creencia que todo ser humano saludable, por ley de su propia actividad, elegirá trabajar, pero ciertamente no como ahora, pues en el presente hay poca oportunidad para que uno encuentre su verdadera vocación. Así yo, que en libertad hubiese escogido otra cosa, soy maestra de lenguaje. Hace unos doce años, estando en Filadelfia y sin empleo, acepté la propuesta de un pequeño grupo de obreros judíos de una  fábrica para formar una clase vespertina sobre las ramas comunes del inglés. Sé bastante bien que tras el deseo de ayudarme a obtener mi sustento está el deseo de que tome parte en la propaganda de nuestra causa común. Pero lo fortuito se volvió una vez más lo principal, y una maestra de hombres y mujeres trabajadoras he seguido siendo desde aquel día. En aquellos doce años que he vivido y amado y trabajado con judíos extranjeros le he enseñado a más de mil, y he encontrado como regla, los estudiantes más brillantes, los más persistentes y sacrificados, y en su juventud soñadores de ideales sociales. Mientras el “americano inteligente” les ha maldicho como “extranjero ignorante”, mientras el obrero corto de vista le ha hecho la vida al judío tan intolerable como fuese posible, en silencio y con paciencia el despreciado ha hecho su camino contra todo ello. He visto tan genuino heroísmo en la causa de la educación practicada por niñas y niños, e incluso por hombres y mujeres con familias, que superarían los límites de lo creíble para la mente común. Frío, hambre, aislamiento, todo soportado por años para obtener los medios para estudiar; y, peor aún, agotamiento del cuerpo hasta la demacración. Todo ello es muy común. Y sin embargo, en medio de esto, tan ferviente es la imaginación social de los jóvenes que la mayoría de ellos hallan tiempo aparte para visitar los diversos clubes y sociedades donde se discute el pensamiento radical, y tarde o temprano se alían con las Secciones Socialistas, o las Ligas Liberales, o los Clubes Single-Tax, o los Grupos Anarquistas. El diario socialista más grande en América es el judío Vorwaerts (14), y los obreros más activos y competentes son judíos. Y también lo son entre los anarquistas.

No soy propagandista a toda costa, o dejaría la historia hasta aquí; pero la verdad me impulsa a añadir que a medida que pasan los años y la filtración y absorción gradual de la vida comercial americana continúa, mis estudiantes se vuelven profesionales exitosos, la niebla dorada del entusiasmo se desvanece, y la vieja maestra debe buscar la camaradería en las nuevas juventudes, quienes aún presionan con ojos ardientes, viendo lo que se ha perdido para siempre en aquellos a quienes el éxito ha satisfecho y aturdido. Corren lágrimas a veces, pero como dice Kropotkin: “Déjalos ir; hemos tendido lo mejor de ellos”. Después de todo, ¿quiénes son los verdaderamente viejos? Aquellos que se desgastan en fe y energía, y toman sillas cómodas y un suave vivir; no Kropotkin, con sus sesenta años, que tiene ojos brillantes y el interés deseoso de un niño pequeño; no el fiero John Most (15), “el viejo caballo de guerra de la revolución”, indómito después de diez años de prisión en Europa y América; no la encanecida Louise Michel (16), con la aurora de la mañana aún brillando en su aguda mirada que mira de cerca y desde atrás de las memorias enrejadas de Nueva Caledonia; no Dyer D. Lum (17), quien aún sonríe en su tumba, pienso; no Tucker, no Turner (18), no Teresa Claramunt (19), no Jean Grave (20), no ellos. Les he conocido a todos, y he sentido la bullente vida pulsando a través de su corazón y sus manos, dichosos, fervientes, saltando a la acción. Así no son los viejos, sino tu joven corazón que cae en bancarrota de esperanza social, se seca y se pudre en esta sociedad rancia y sin propósito. ¿Serías por siempre joven? Entonces sé anarquista, y vive con la fe de la esperanza, aunque seas viejo.

Dudo que cualquier otra esperanza tenga el poder de mantener el fuego ardiendo como lo vi arder en 1897, cuando conocimos a los exiliados españoles liberados de la fortaleza de Montjuich (21). Pocas personas en América supieron alguna vez la historia de aquella tortura, aunque distribuimos cincuenta mil copias de las cartas contrabandeadas desde la prisión, y algunos periódicos las imprimieron. Eran las cartas de hombres encarcelados por mera sospecha del crimen de una persona desconocida, y sometidos a torturas que de solo mencionarlas hacen que uno se estremezca. Les sacaban las uñas, sus cabezas eran comprimidas con gorras de metal, las partes más sensibles del cuerpo eran pellizcadas entre cuerdas de guitarra, sus carnes quemadas con hierros al rojo vivo; se les alimentaba con bacalao en sal después de días de hambruna, y se les negaba el agua; Juan Ollé, un niño de diecinueve años de edad, se había vuelto loco; otro había confesado algo que nunca hizo y de lo que nada sabía. Esto no es una horrible imaginación. Esta que escribe ha tocado algunas de esas manos con cicatrices. Indiscriminadamente, cuatrocientas personas de todas las creencias ─republicanos, sindicalistas, socialistas, francmasones, y también anarquistas─ han sido puestos en calabozos y torturados en el infame “cero”. ¿Es sorpresa que la mayoría de ellos salieran siendo anarquistas? Había veintiocho en el primer grupo que conocimos en Euston Station aquella tarde de agosto, vagabundos sin techo en el torbellino de Londres, liberados sin juicio después de meses de prisión, y ordenados a abandonar España en cuarenta y ocho horas. La habían abandonado, cantando sus canciones de prisión; y aún a través de sus oscuros y tristes ojos uno podía ver el florecer eterno de mayo. Se fueron principalmente a Sudamérica, donde cuatro o cinco nuevos periódicos anarquistas han surgido desde entonces, y varios experimentos colonizadores de línea anarquista se están intentando. Así la tiranía se derrota a sí misma, y el exilio se vuelve el sembrador de semillas de la revolución.

Y no solo a los hasta ahora dormidos les lleva el despertar, sino que todo el carácter del movimiento mundial es modificado por esta circulación de compañeros de todas las naciones entre ellas. Originalmente el movimiento americano, la creación nativa que surgió con Josiah Warren (22) en 1829, era puramente individualista; el estudiante de economía comprenderá fácilmente la causa material e histórica de tal desarrollo. Pero en los últimos veinte años la idea comunista ha hecho gran progreso debido principalmente a esa concentración de la producción capitalista que ha llevado a los obreros americanos a asir la idea de la solidaridad, y, segundo, a la expulsión de activos propagandistas comunistas desde Europa. Nuevamente, otro cambio ha ocurrido en los últimos diez años. Hasta entonces la aplicación de la idea era reducida principalmente a asuntos industriales, y las escuelas económicas se denunciaban mutuamente; hoy una tolerancia grande y genial está creciendo. La generación joven reconoce el inmenso barrido de la idea por medio de todas las esferas del arte, la ciencia, la literatura, la educación, las relaciones sexuales y la moral personal, así como también la economía social, y le da la bienvenida a la adhesión de aquellos que luchan por realizar la vida libre, no importa en qué campo. Pues esto es lo que el anarquismo finalmente significa, el desencadenamiento completo de la vida después de dos mil años de ascetismo e hipocresía cristiana.

Aparte del asunto de los ideales, está el asunto del método. “¿Cómo propones obtener todo esto?” es la pregunta que más se nos hace. La misma modificación ha tomado lugar aquí. Antes había “cuáqueros” y “revolucionarios”; y así los hay aún. Pero mientras ninguno pensaba bien del otro, ahora ambos aprendieron que cada cual tiene su propio uso en el gran juego de las fuerzas mundiales. Ninguna persona es en sí misma una unidad, y en toda alma Júpiter aún le hace la guerra a Cristo. No obstante, el espíritu de paz crece; y mientras sería vano decir que los anarquistas en general creen que cualquiera de los grandes problemas industriales se resolverá sin el uso de la fuerza, sería igualmente vano suponer que consideran la fuerza misma como algo deseable, o que ésta provee de una solución final a cualquier problema. Desde la experimentación pacífica solamente puede venir la solución final, y eso los defensores de la fuerza lo saben y lo creen tan bien como los tolstoianos. Solo que piensan que las tiranías presentes provocan la resistencia. La diseminación del Guerra y Paz y La Esclavitud de Nuestros Tiempos de Tolstói, y el crecimiento de numerosos clubes en torno a él y que tienen como propósito la diseminación de la literatura de la no-resistencia, es una evidencia de que muchos reciben la idea de que es más fácil conquistar la guerra con la paz. Yo soy una de ellos. No veo fin a la represalia a menos que alguien cese de tomar represalias. Pero que nadie tome esto por una sumisión servil o una abnegación mansa; mi derecho me será afirmado no importa a qué costo, y nadie habrá de transgredirlo sin mi protesta.

Los satíricos de buena naturaleza a menudo remarcan que “la mejor manera de curar a un anarquista es darle una fortuna”. Sustituyendo “corromper” en vez de “curar”, yo suscribiría a esto; y creyéndome no mejor que el resto de las personas, espero seriamente que sea mi suerte trabajar, y trabajar duro, y no por fortuna alguna, de modo que pueda seguir hasta el final; pues que se me permita mantener la intensidad de mi alma, con todas las limitaciones de mis condiciones materiales, en vez de volverme la creación invertebrada y sin ideales de las necesidades materiales. Mi recompensa es que vivo con los jóvenes; voy al paso con mis compañeros; he de morir en el arnés con mi rostro hacia el Este, el Este y la Luz.


NOTAS


(1) Peter Alekseevich Kropotkin (1842-1921). Geógrafo y geólogo, se enteró del movimiento anarquista mientras vivía por un período en el Jura Suizo entre los relojeros. Es el principal exponente del anarquismo comunitario.

(2) Fortaleza de Petro-Paulovsky. Kropotkin fue retenido en la fortaleza, transformada en prisión, desde 1874 a 1876. Realizó un valiente escape desde el hospital militar donde se recuperaba. Este episodio es relatado en Memorias de un Revolucionario (1899)

(3) León Tolstói (1828-1910). Uno de los escritores más importantes de Rusia. Su filosofía cristiana se basaba en la no-violencia y en el rechazo anarquista al poder estatal.

(4) William Wess. Anarquista participante en la Rama Hackney (Londres) de la Liga Socialista y miembro del grupo Freedom que publicaba un periódico del mismo nombre.

(5) La Sra. Turner es Mary Turner, esposa del anarquista John Turner y Lizzie es su hermana. Lizzie estaba casada con el anarquista escocés Thomas Bell y más tarde se mudó a América.

(6) 1848. Este es el año de las revueltas sociales y políticas en toda Europa.

(7) Convento de Nuestra Señora del Lago Huron, en Sarnis, Ontario. En este convento Voltairine de Cleyre atendió a la escuela primaria.

(8) Los acontecimientos de 1886-87. La referencia es a la confrontación entre la policía y los obreros protestantes que ocurrió un 4 de Mayo en Haymarket Square (Chicago) después del asesinato, el día anterior, por la policía, de 6 personas durante una huelga. En Haymarket Square la policía intentó dispersar la demostración pacífica cuando alguien lanzó una bomba que mató a 7 policías. En ese momento la policía abrió fuego sobre la multitud asesinando probablemente a 20 trabajadores. En las siguientes semanas, August Spies y otros siete anarquistas fueron acusados de asesinato. Spies, Fischer, Engel y Parsons proclamaron su inocencia pero fueron ahorcados el 11 de Noviembre de 1887. Desde 1890 el primero de Mayo conmemora a los trabajadores asesinados en Haymarket Square. 

(9) Thomas Paine (1737-1809). Nacido en Inglaterra, Tomas Paine se convirtió en defensor de la independencia Americana, exponiendo sus ideas en un apasionado panfleto Sentido Común que fue publicado en Enero de 1776, seis meses antes de la Declaración de Independencia.

(10) Clarence Seward Darrow (1857-1938). Un abogado que simpatizaba con la causa del movimiento obrero y de los oprimidos.

(11) Sócrates. El filósofo griego practicaba un método de debate conocido como «mayéutica», mediante el cual la verdad se rescata del individuo por medio de un proceso de interrogación que conduce al descubrimiento personal.

(12) Benjamin Tucker (1854-1939). Uno de los principales exponentes del anarquismo individualista por medio de la edición y publicación del periódico Liberty entre 1881 y 1908.

(13) La Libertad no es Hija sino Madre del Orden. Postura sostenida por Proudhon y Tucker.

(14) Vorwaerts Judío. El Jewish Daily Forward fue un periódico que comenzó sus publicaciones en 1897 con Abraham Cahan como editor.

(15) John Most (1846-1906). Anarquista altamente influyente nacido en Alemania desde donde se mudó a América en 1882 donde fue editor del diario anarquista en lengua alemana Freiheit. 

(16) Louise Michel (1830-1905). Anarquista que fue enviada por el estado Francés a la colonia penal de Nueva Caledonia después de la derrota de la Comuna de París. En 1891 organizó una escuela internacional en Londres.

(17) Dyer D. Lum (1840-1893). Un amigo cercano anarquista de Voltairine. Se suicidó en 1893. En su elegía, Voltairine le llama “el más brillante erudito, el más profundo pensador del movimiento Revolucionario Americano”.

(18) John Turner, anarquista, amigo de Kropotkin.

(19) Teresa Claramunt (1862-1931). Fue deportada en 1896 por el Estado Español por actividades anarquistas. Al volver a España en 1898 tomó parte en el lanzamiento del periódico anarquista El Productor en 1901.

(20) Jean Grave (1854-1939). Autor de La société mourante et l'anarchie que Voltairine de Cleyre tradujo al inglés. En 1895 comenzó a publicar la revista Les temps nouveaux a la cual Kropotkin también envió contribuciones.

(21) Montjuïc. La prisión de Montjuïc a las afueras de Barcelona es donde fueron mantenidos y torturados por los guardias Españoles, anarquistas, republicanos, socialistas, sindicalistas y francmasones (400 en total), siendo acusados, sin pruebas, de haber puesto una bomba durante un desfile de Corpus Christi el 7 de Junio de 1896. Eventualmente fueron liberados sin juicio y se les ordenó abandonar el país dentro de 48 horas, como lo relata Voltairine quien conoció a un grupo de ellos que llegaba a Londres.

(22) Josiah Warren (1798-1874), músico, inventor, filósofo anarquista y activista social, estableció varias comunidades experimentales en los EEUU.


*Escrito publicado originalmente en lengua inglesa en «Mother Earth publishing association» (New York, 1914). Traducido al castellano por @rebeldealegre como colaboración para Revista Arpillera N° 1.